
¿Cuánto bienestar personal estás dispuesto a sacrificar por un trabajo?
Hace poco me hice esa pregunta al percatarme de que llevaba semanas sin leer un libro, escribir un texto, ir al cine, ver series en casa, seguir en vivo los partidos de la Champions, caminar por la naturaleza, ni conocer un pueblo.
De repente, había vuelto a caer en el tipo de vida al que había renunciado hace años, incluso antes de optar por la vida nómada: el trabajo por encima de todas las cosas.
Y sentí que me estaba traicionando a mí mismo.
Entonces pensé que, así como existía la cocina lenta (slow food) y el viaje lento (slow travel), debería existir la vida lenta (slow living).
Por curiosidad escribí la idea en Google y descubrí, como quien llega a una verdad invisible, que sí existía y que era, en últimas, la sombrilla de los movimientos slow.
El slow living, o ‘vivir despacio’, es más que una tendencia —leo en un artículo—, es un enfoque de vida que aboga por desacelerar el ritmo frenético al que nos vemos sometidos en la sociedad actual. Se trata de un retorno a lo esencial, valorando la calidad sobre la cantidad y encontrando la belleza en los pequeños detalles cotidianos.
Esto me suena familiar, pensé, y continué con las lecturas.
El movimiento slow living puede ser muy beneficioso para aquellas personas que viven muy ajetreadas en su día a día —dice otro artículo— y necesitan pausar un poco su estilo de vida para que no termine causándoles serios problemas de salud.
Entonces tuve un momento “Eureka”, al poder poner en palabras el estilo de vida que he venido buscando, por ensayo y error, en los últimos años.
Slow living.
Lo que me hace feliz es vivir una vida tranquila. Lenta. Una vida sin exceso de drama, peleas innecesarias, realización de muchas tareas simultáneas, fechas de entrega demasiado apretadas, jornadas laborales de diez horas, ni problemas ajenos que te roben el sueño.
Me gusta trabajar, ser parte de un equipo, crear, pero no sacrificar mi vida personal por un presunto bien supremo. Una cosa es cumplir con los compromisos, sacar adelante lo acordado, y otra —muy distinta— trabajar en exceso.
Lo contrario de la productividad no es la pereza: es la presencia.
Sé que esta mirada del trabajo suena a utopía, sobre todo vista desde un país no desarrollado como Colombia, pero —créanme— en el siglo XXI es una utopía para realistas. Lo digo porque tuve la fortuna de habitar ese sueño durante varios meses. Y pronto lo volveré a hacer.
Sobre el slow food, leo en un tercer artículo:
Este movimiento nació en 1986, en Italia, promovido por Carlo Petrona, por su espanto al encontrar un McDonald’s en la Plaza de España de Roma.
Ante el espanto, Carlo promovió una comida lenta; una comida coherente con su tradición italiana y basada en ingredientes frescos y saludables, además de una cocción lenta y consagrada.
Hoy, con el cambio climático y la destrucción de ecosistemas sin freno, el slow food ha sumado a su lista de requisitos la compra a proveedores locales y las buenas prácticas ambientales.
El slow food fue la primera manifestación de un movimiento que creció con el tiempo y se expandió a casi todos los ámbitos de la vida: educación, viajes, creación, ocio y, cómo no, sexo.
El movimiento slow se ha expandido tanto que incluso ha pasado de los espacios privados a los públicos, como es el caso de las ciudades lentas, o cittaslow, unos territorios que buscan mejorar la calidad de vida de sus habitantes con la promoción de un ritmo de vida más pausado y sostenible.
En Colombia existe un municipio que se ha ganado el título de cittaslow y donde tuve la oportunidad de pasar unos días felices hace un par de años. Se trata de Pijao, un pueblo enclavado en las montañas del Eje Cafetero.
Justo cuando estaba en Pijao, le escribí una carta pública a
, un amigo mexicano con quien hicimos algunos experimentos newsletteros en 2023 y autor del boletín Sunday Service. En el mensaje sobre el minimalismo, le dije:Toda esta retahíla me lleva a pensar que el discurso minimalista quizás hace demasiado énfasis en el consumo consciente y el desprendimiento material, pero deja de lado un proceso paralelo y complementario: ser más conscientes de cómo invertimos nuestro tiempo, a qué porción de él estamos dispuestos a renunciar y a qué precio. ¿No lo crees?
El asunto me sigue dando vueltas.
Gracias a la carta que le escribí a Carlos, descubrí que había una dimensión del minimalismo que, hasta ese momento, había explorado poco: la digital.
El minimalismo digital es una filosofía que busca optimizar el uso de la tecnología para mejorar la calidad de vida. Propone usar la tecnología de manera intencional y controlada, de manera que eliminemos las distracciones y el uso excesivo de aplicaciones y redes sociales que hacen mejores nuestras vidas.
Resulta que podemos ser minimalistas en lo material y consumistas en lo inmaterial, si reducimos nuestras compras pero al mismo tiempo nos obsesionamos con ver todas las series y películas, leer todos los libros y artículos, escuchar todos los podcasts y lanzamientos musicales, estar al día en todas las noticias, visitar todos los destinos turísticos, y así sucesivamente.
También debemos darnos tiempo para no hacer nada, para tirarnos en el prado a recibir el sol en la cara, para aburrirnos como lo hacíamos cuando éramos niños.
Dentro de las recomendaciones que ofrecen para llevar una vida lenta está el vivir con menos.
Huye del consumismo, compra lo que necesites —dicen—. Seguramente, si paras un momento y miras alrededor, te des cuenta de que no necesitas más, sino menos.
Y sí, es cierto que nos sienta bien la simplificación de la vida en el ámbito material, pero me sigue haciendo falta que se ponga más énfasis en el uso consciente y responsable del tiempo.
Por ejemplo: ¿qué hay del equilibrio trabajo-ocio?
El tiempo que trabajamos es tiempo que le quitamos al ocio, y viceversa. Sin importar qué hagamos, el día siempre tendrá 24 horas y la semana, 7 días.
Tenemos una propensión a caer en la trampa del mundo moderno: trabajar mucho y con muchas responsabilidades para ganar mucho dinero, pero quedarnos sin tiempo para gastarlo.
Y también caer en su contracara: trabajar poco y con responsabilidades reducidas para tener mucho tiempo libre, pero quedarnos sin dinero suficiente para costear lo que queremos.
El reto más importante al que me he enfrentado en esta vida nómada —y que no logro resolver aún— es precisamente ese: cómo lograr un equilibrio entre trabajo y ocio que me permita seguir creciendo como profesional y generar ingresos suficientes, al tiempo que tenga la oportunidad de viajar y disponer de tiempo para hacer lo que me gusta.
Mientras se aclara el río revuelto de la vida, seguiré transitando el camino incierto del nomadismo digital bajo los principios de la vida lenta. A veces lo único que hace falta es permanecer un poco más en la búsqueda, no desfallecer, seguir insistiendo, pues la solución puede estar esperándonos a la vuelta de la esquina.
Si en los próximos días me buscan y no les respondo rápido, tranquilos: estaré ocupado haciendo lo que me hace feliz.
Cerrando una etapa de quietud, abriendo otra de movimiento,
Oscar Iván
Bogotá D. C.
10 pasos para bajarle el acelere a tu vida
Reflexiona sobre tus prioridades: Identifica qué aspectos de tu vida te generan más estrés y cuáles te brindan más satisfacción.
Establece límites: Aprende a decir no a compromisos que no te aporten valor y a dedicar tiempo a actividades que realmente disfrutes.
Haz una cosa a la vez: Enfócate en una tarea a la vez para reducir el estrés y aumentar la calidad de tu trabajo.
Practica la atención plena: Dedica tiempo a la meditación, el yoga o simplemente a estar presente en el momento.
Prioriza tu agenda: Elimina actividades innecesarias y compromisos que no te aporten felicidad o bienestar.
Simplifica tu entorno: Deshazte de objetos innecesarios y organiza tu espacio para que sea más tranquilo y ordenado.
Reduce el uso de tecnología: Limita el tiempo que pasas en redes sociales y dispositivos electrónicos.
Compra menos: Evita compras innecesarias y opta por productos que realmente necesites y que te aporten valor.
Alimenta bien tu cuerpo y tu mente: Opta por alimentos frescos y saludables, y dedica tiempo a aprender y crecer personalmente.
Conéctate con la naturaleza: Pasa tiempo al aire libre, ya sea caminando, haciendo jardinería o simplemente disfrutando del paisaje.
Para seguir explorando la vida lenta
Minimalismo material: “La lección olvidada del minimalismo”, la carta que le escribí a Carlos Arroyo.
Minimalismo digital: “Antídoto para no perder el tiempo”, el mensaje que resume mis aprendizajes sobre el tema y algunos consejos para una desintoxicación digital.
Vida lenta y bienestar: “La ciencia de la felicidad”, reflexiones que me deja la lectura de un libro de Andrés Oppenheimer.
‘Quietud y Movimiento’ es una newsletter sobre viajes, literatura y tecnología desde la perspectiva de un nómada digital. Puedes consultar el archivo completo y leer otros de mis trabajos en el laboratorio creativo Peces fuera del agua. También puedes seguirme en Instagram y X. ¡Gracias por acompañarme en este viaje!
¡Qué buenos recuerdos de aquel intercambio de cartas! 🙌🏼
Sin saberlo también estuve aplicando muchos de estos sabios "mandamientos slow". Qué suerte. No es coincidencia que, últimamente, me siento —¡al fin!— bien.