65 | Tras las huellas de Humboldt
Evocaciones de un viaje al Parque Nacional Natural El Tuparro
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Me levanté con las primeras luces del alba. Había tenido un sueño reparador, pero un poco intranquilo. Si llovía mucho durante la noche, el plan de la mañana —el ascenso al Cerro del Guahibo— podría verse afectado. Por seguridad, los guías recomiendan no realizar la caminata cuando la superficie rocosa está húmeda y resbaladiza. No conviene tener un accidente en un territorio sin internet, señal de telefonía celular, ni energía eléctrica. La llovizna suave de la noche no alteró los planes. Me tomé un café negro recién colado y agarré la maleta que había alistado la noche anterior. Antes de empezar el ascenso, atravesamos un segmento inundado del bosque, el mismo que, unos meses antes, cuando no había llegado el invierno, podía recorrerse a pie.
El Cerro del Guahibo es el mirador natural de El Tuparro, un parque nacional natural ubicado en el oriente de Colombia. El Cerro es tan colombiano como venezolano, pues se eleva sobre la Isla Pedro Camejo, una porción de tierra y roca que parte en dos las aguas del río Orinoco, la frontera natural entre Colombia y Venezuela a esta la altura del departamento de Vichada. Al mirar hacia el oriente en la cima del Guahibo, se observan tepuyes y otras formaciones rocosas del denso Escudo Guayanés en Venezuela; al mirar al occidente, se aprecia el encuentro de las aguas negras del río Tuparro con las aguas cafés del Orinoco, los bosques inundables en las orillas de los ríos y, más al fondo, en un verde claro, las extensas sabanas de la Orinoquía colombiana.
Edgar fue mi guía local en el ascenso al Cerro. Nació en Venezuela, pero desde hacía más de dos décadas frecuentaba Colombia con regularidad. En ese entonces, vivía en la frontera entre los dos países, ya que su hamaca colgaba sobre la Isla Pedro Camejo. Había sido pescador antes de empezar a trabajar con turismo. Soñaba con que los rumores de reactivación en su país se hicieran realidad, para montar una empresa financiada con créditos del Estado y traer venezolanos a conocer las maravillas de El Tuparro. Así había sido antes del colapso. Así anhelaba él que volviera a ser.
Desde la cima del Guahibo también se puede observar el Raudal de Maipures, “la octava maravilla del mundo”, según dijo —fascinado, anonadado— el naturalista prusiano Alexander von Humboldt, en 1800, tras su paso por esta región junto al botánico francés Aimé Bonpland. Humboldt dijo lo que dijo no solo por la belleza del paisaje, sino por la gran biodiversidad del territorio que se expresa en, por ejemplo, una increíble cantidad de aves, mamíferos, reptiles y peces. La diversidad biológica del parque se explica en parte por la convergencia en su territorio de ecosistemas tan distintos como sabanas, bosques de galería, morichales, afloramientos rocosos, raudales, ríos y caños. Quizás la contribución científica más relevante que dio la expedición de Humboldt y Bonpland por esta región fue la comprobación de la conexión de los ríos Orinoco y Amazonas a través de brazo del Casiquiare, algo de lo que hablaban los nativos de la época pero que “nadie” —o sea, ningún occidental— había demostrado. Esa búsqueda también les permitió conocer el encuentro de las aguas de los ríos Orinoco, Atabapo y Guavire, otra belleza natural que fácilmente pudieron haber bautizado como “la novena maravilla del mundo” y que hoy conocemos como la Estrella Fluvial del Inírida.
No todo el mundo se atreve a pilotar una lancha en medio de un raudal del Orinoco. No todo el mundo debería atreverse. De hecho, hacerlo requiere de aguas altas —en verano es más complicado, sino imposible—, y el piloto debe saber en verdad lo que hace. El paso de Humboldt y Bonpland por estas aguas se alargó más de lo previsto, porque en ciertos raudales, como los de Maipures y Atures, que se extienden por kilómetros, debían orillarse, desembarcar y arrastrar las embarcaciones por tierra. Nosotros desembarcamos en el raudal de Atures en el trayecto de ida a El Tuparro desde Puerto Carreño, la capital de Vichada, por seguridad y para conocer más de la flora y la fauna. De regreso sí atravesamos el raudal. Por momentos, el piloto debía apagar los motores, dejar que la corriente nos llevara y encenderlos de nuevo cuando la lancha estuviera en la ubicación exacta para salir de las rocas. Una experiencia emocionante (y un poco aterradora). Juzguen ustedes mismos:
Hoy en día, en El Tuparro se promueve un ecoturismo sencillo, sin lujos, con enfoque comunitario. En la Isla Pedro Camejo dormí en carpa y me bañé con totuma en las orillas del Orinoco. Hice mis necesidades en un baño improvisado por la familia de Edgar, que además ofrece comida y guianza en la zona. Años atrás, justo en frente, en el punto de encuentro de las aguas del Tuparro y el Orinoco, había un hotel administrado por Parques Nacionales de Colombia. Hoy solo quedan las ruinas. La estructura desnuda y sin techo. Todo lo demás —lo que podía ser usado, madera y metales en especial— ha sido desmontado y llevado por la gente. Una metáfora de la presencia del estado colombiano en los territorios periféricos.
En la Orinoquia colombiana conocí el Escudo Guayanés, una antigua formación geológica ubicada en la parte nororiental de América del Sur que abarca regiones de la Guayana Francesa, Surinam, Guyana, Brasil, Venezuela y, por supuesto, Colombia. Se dice que es una de las formaciones geológicas más antiguas del planeta, y está compuesta principalmente por capas de areniscas, cuarcitas y conglomerados que le dan ese toque único al paisaje de la región. En el lado venezolano el Escucho es mucho más robusto que en el colombiano. De hecho, pareciera que el río Orinoco hubiera inundado lo que podría ser el fin de la formación rocosa y con sus aguas marcara una transición entre ecosistemas de roca y sabana.
Dicen que Humboldt leía la naturaleza con la misma proficiencia con que un librero descifra las páginas de un libro. En donde la mayoría ve “naturaleza”, “insectos” y “aves”, Humboldt identificaba especies específicas de flora y fauna. Aprender a leer la naturaleza parece sencillo, pero no lo es; no es fácil educar la vista para diferenciar la diversidad de plantas que hay en la orilla de un río o afinar el oído para distinguir las aves solo por su canto. Yo, por lo menos, no he aprendido. Pero en los afluentes del río Orinoco sí pude descifrar lo que en la región llaman el “orinocómetro” o el sistema natural de medición del nivel de las aguas. Para ello basta observar la altura del segmento “blanco” de las formaciones rocosas: entre más ancho es, más bajas están las aguas, y viceversa. La parte “oscura” es la que el río no ha tocado y su inicio marca el máximo nivel de las aguas.
En la Orinoquía, el invierno regala “espejos de agua” que permiten ver el cielo duplicado en sectores de ríos quietos como lagunas. El verano regala playas de río y tonalidades más intensas en las aguas; en la época seca, a simple vista desde la playa o la lancha, uno puede maravillarse con ríos negros, rojos y cafés, y dejarse deslumbrar por las danzas fascinantes que crean el encuentro de sus aguas.
Hasta hoy, no he podido apreciar el paisaje llanero en verano, pero eso puede cambiar pronto. El pasado 4 de enero llegué a Yopal, en el corazón de los Llanos Orientales de Colombia, desde donde podré escuchar joropo, cabalgar la sabana, visitar cascadas, navegar ríos y, desde luego, bañarme en playas de río. En la próxima entrega puede que les hable de eso.
Con cariño,
Óscar Iván
Notas
Todas las fotos de este trabajo la hice yo con celular, cámara mirrorless y dron.
El viaje a El Tuparro lo hice a finales de junio de 2022. Hizo parte de mi primera expedición en solitario por la Orinoquía colombiana, e incluyó un recorrido extenso por el río Meta. De ese primer viaje hablé en “Zonas de difícil conexión”.
El trayecto que va de Puerto Carreño a El Tuparro hace parte de la Ruta Humboldt. En Guainía, más al sur, la Ruta también incluye la navegación por la Estrella Fluvial del Inírida y los recorridos por los Cerros de Mavicure, unos tepuyes que hacen parte del Escudo Guayanés y se alzan, majestuosos, en la llanura de la selva amazónica. De esos dos destinos fascinantes hablé aquí y aquí, respectivamente. Como ven, desde hace un par de años he estado tras las huellas de Humboldt y Bonpland en la Orinoquía y la Amazonía.
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Se ve espectacular el lugar. Chulas fotos!