Zonas de difícil conexión
La cobertura y la calidad del internet restringen los movimientos de un nómada digital
Hola, te saluda Óscar Iván Pérez H. y te doy la bienvenida a Quietud y Movimiento. Hoy te llevaré de viaje por el río Meta.
Inicié el año pasado con el firme propósito de recorrer de forma lenta y completa la Orinoquía y la Amazonía, las dos regiones naturales de Colombia que menos conozco. “No puede haber un mejor momento para hacerlo que esta vida nómada”, pensé.
Me imaginé navegando ríos caudalosos en pequeñas embarcaciones, participando en safaris nocturnos por hatos ganaderos, escuchando los cantos tradicionales de vaquería, observando los enérgicos bailes de joropo y conversando con comunidades indígenas, entre otros muchos planes únicos de estas regiones.
En Semana Santa tuve mi primera inmersión en estos territorios. Junto a Juan Camilo Herrera y su perrita Lola, hice un roadtrip sin rumbo fijo que nos terminó llevando por Villavicencio (la puerta de entrada a los Llanos orientales), Mesetas (un destino turístico reciente que se ha vuelto muy popular entre los amantes del kayaking, los ríos y el senderismo) y San José del Guaviare (el epicentro de una especie de cluster turístico que permite nadar con delfines rosados, conocer pinturas rupestres y visitar la mística Puerta de Orión). Disfruté mucho de un viaje en el que tuve tiempo para la amistad, la naturaleza y algo de trabajo por las noches (aunque sufrí un poco por la baja calidad del internet en Mesetas).
A Juan Camilo y a mí nos sorprendió mucho que, en un lapso de apenas 8 horas por carretera, el viaje de Bogotá a San José del Guaviare nos hubiera permitido atravesar regiones naturales tan distintas como las montañas del altiplano cundiboyacense, las verdes praderas de la Orinoquia y el inicio de la selva amazónica. Además, parte de la carretera que une a Mesetas con San José del Guaviare se construyó en el límite natural que demarca el fin de la Cordillera Oriental y el inicio de los Llanos, de manera que, yendo de norte a sur, a la derecha ves cadenas de montañas y a la izquierda, la planicie infinita. Sencillamente hermoso.
No es de extrañar que haya vuelto del viaje con la intención renovada de adentrarme en estas tierras. El sábado 13 de mayo partí de Bogotá rumbo a Villavicencio. Mi idea inicial era conocer Puerto López y Puerto Gaitán, dos ciudades hacia el oriente en el departamento de Meta, y luego ir un poco más al norte, a Yopal y sus alrededores, en el departamento de Casanare.
Pero el viaje me tenía reservado algo diferente.
A pocos días de dejar Puerto Gaitán vi, al frente del hotel en donde me hospedaba, un mural gigante que representaba una colorida escena de la Orinoquía con los elementos que habían despertado mi interés por visitarlo y que me hizo dar cuenta de algo: “No he visto esto en las dos semanas que llevo viajando”. Hasta ese momento, el viaje había sido principalmente urbano y la máxima inmersión natural que había hecho era navegar el río Metica –un brazo del río Meta– en Puerto López. Así que le pregunté al recepcionista del hotel cómo hacía para conocer eso que veía en el mural. Su respuesta fue iluminadora: “Tiene que ir río adentro”. Es decir, navegar el río Meta hacia el oriente atravesando las fronteras de tres departamentos: Meta, Casanare y Vichada. “Wow, ¡eso sí es un viaje!”, pensé.
Las únicas dudas que me surgieron tenían que ver con el acceso a internet y la seguridad personal. ¿La calidad del internet sería suficiente para poder trabajar mientras viajaba? ¿Estaría seguro viajando sin compañía por sitios poco turísticos? ¿Cómo estaba el orden público por allá?, me preguntaba. Le manifesté estos interrogantes a hoteleros y policías de la ciudad y todos se rieron de mis temores de visitante. Me aseguraron que había internet y que era seguro moverme por allá. “Vaya”, me decían con firmeza. Y eso hice.
Lo que vino a continuación fue el viaje más aventurero que he tenido en los últimos años. Recorrí los casi 800 km navegables del río Meta en varios “yates” o lanchas grandres de tres motores con capacidad para transportar hasta cuarenta personas y algunas mercancías de poco volumen y bajo peso. Si hubiera hecho de un solo tiro el trayecto que va de Puerto Gaitán-Meta casi en el ombligo geográfico de Colombia a Puerto Carreño-Vichada en la frontera con Venezuela, habría tenido que viajar de 5 de la mañana a 6 de la tarde. Pero eso no fue lo que hice: andaba sin afán y con ganas de conocer los cuatro puertos en donde paraban los “yates”: Orocué, Santa Rosalía, La Primavera y Puerto Carreño.
Me sorprendió mucho el poco uso que se le da al río Meta, a pesar de lo extenso y ancho que es. Son pocas las embarcaciones con personas y mercancías que se ven transitar por sus aguas, incluso en la época de lluvias que regía y permitía la navegación de embarcaciones más grandes y pesadas, y por un mayor número de “vías” naturales. La gente tampoco se bañaba en el río ni hacía planes en sus orillas, porque –según me dijeron– sus aguas altas lo hacían peligroso y traicionero. Esos planes estaban reservados para la época seca en la que emergen las playas y es más seguro meterse en sus aguas.
El turismo no está muy desarrollado en Santa Rosalía ni en La Primavera. Allí se ven pocos visitantes y no hay operadores turísticos organizados. Hice algunos recorridos por brazos del río Meta y lagunas cercanas inspirado por historias que me contaron los locales y que hice con la ayuda de pescadores que me llevaron en sus barcas. En esos lugares se disfruta de la naturaleza aledaña y la tranquilidad de la vida de pueblo. Orocué es un poco distinto, pues fue el poblado en donde José Eustasio Rivera inició la escritura de su famosa novela La Vorágine y se puede visitar una casa museo y un parque en su honor. De esto hablé en mi cuenta de Instagram.
La gente que me aconsejó tuvo razón al decir que estos territorios eran seguros –no tuve ningún percance durante las cuatro semanas que estuve en la región (de hecho, no he sufrido ninguno en los casi dos años que llevo viajando por Colombia)–, pero se equivocaron al afirmar que había internet. Bueno, sí había, pero no de calidad. Por lo general, la navegación era lenta e inestable, sin importar que se usara el internet fijo de los hoteles o el móvil del celular. “El internet falla cuado llueve”, me decían, y llovía casi todos los días. Además, algunas veces se cortaba el servicio de energía eléctrica, con lo cual se empeoraban las cosas.
En los hoteles, sufrí un poco para entretenerme (YouTube y las plataformas de streaming de series y películas a veces no funcionaban bien) y sobre todo para trabajar. Una día que tenía una reunión importante con el cardumen de Peces fuera del agua, Orocué se quedó sin conexión desde el mediodía. Al final, asistí a la reunión de la noche sentado frente a una mesa rimax en un andén a las afueras de un negocio de internet que ya había cerrado pero que me dejó la línea abierta. Otro día en La Primavera se fue el servicio por más de 16 horas y, cuando volvió, no fue suficiente para mantener una videollamada por StreamYard. Incluso en Puerto Carreño, la capital sin semáforos de Vichada, el internet del hotel solo cubría la recepción y su calidad era tan baja que no permitía ver la transmisión online de un festival de podcast al que quería asistir. Ese fin de semana terminé metido en un puesto de internet. Fue como retroceder 20 años en el tiempo y volver a padecer del servicio de entonces.
Esta no fue la primera vez que tuve un servicio de baja calidad en Colombia, desde luego. Ya me había pasado en varios pueblos y ciudades no capitales de diversos departamentos de la Costa Caribe y la región Andina en 2021, por solo mencionar la experiencia reciente como nómada digital. Parece que el mal internet es un padecimiento bastante extendido en la llamada Colombia profunda, aquella parte del país que se aleja física o económicamente de los polos de creación de riqueza.
Los datos de conectividad de Colombia me parecen aterradores para un país miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el club de los países más ricos. Díganme ustedes si no: en 2021, solo el 60,5% de los hogares colombianos tuvo acceso a internet y la cobertura en la zona urbana fue de 70%, mientras que la de los centros poblados y las áreas rurales fue de 28,8%*.
Para el mismo año, Bogotá, D.C. y el Valle del Cauca reportaron las mayores proporciones de hogares con acceso a internet con índices de 81,5% y 79,0%, respectivamente. Le siguieron Risaralda (72,8%), Tolima (67%) y Caldas (66,8%). En el otro extremo estaban Vichada (4,6%), Vaupés (10,6%) y Chocó (14,6%), tres de los departamentos más pobres de Colombia*.
En estos departamentos no solo hay baja cobertura del servicio, sino también baja calidad: Vichada, Guainía, Amazonas y San Andrés reportan descargas de máximo 2 Mbps**, mientras que en ciudades como Bucaramanga (Santander), Bogotá, D.C. y Cali (Valle del Cauca) se registraron descargas promedio de 101,2 Mbps, 95,8 Mbps y 91,2 Mbps, respectivamente***. Y no es casualidad: las profundas brechas regionales en cobertura y calidad de servicio de internet en Colombia parecen replicar las profundas brechas regionales de ingresos. A mayor riqueza, mejor internet, y viceversa.
El periplo por el río Meta significó, entonces, un freno en seco de mis planes de viaje lento y sostenido por las entrañas de la Orinoquía y la Amazonía, pues son dos de las regiones más pobres del país. Al parecer, estos lugares se pueden visitar en plan de desconexión turística de unos pocos días, pero no con la idea de viajar y teletrabajar por varias semanas.
En el segundo semestre de 2021 me conformé con destinos que contaron con buen internet. Pero no me puedo quejar tanto: eso me permitió conocer lugares fascinantes como la Sierra Nevada del Cocuy, un territorio del cual espero hablarte más adelante.
Gracias por leerme,
Óscar Iván
Bogotá, D.C.
Dos maletas con 32 kg de equipaje es todo lo que llevé en el viaje por el río Meta y que cargo en esta vida nómada. De eso hablé en este post para Peces fuera del agua.
Referencias:
* La República (30 de julio de 2022).
** Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (12 de octubre de 2020)
*** Comisión de Regulación de Comunicaciones (5 de Julio de 2022)
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Buenísimo post y que excelente esa foto con las dos mochilas, ejercicio puro ese hahaah. Aqui en Honduras hay lugares similares sin Internet y bien turísticos mucha gente se va a estos publitos a desconectarse del mundo. No conocía esos lugares y el link que compartiste esta genial para ver la ruta.
Gracias Óscar por compartir las imágenes y aprendizajes de estos viajes por esa Colombia que pocos conocen.
Gracias por tomarte el trabajo de hacer un newsletter tan interesante.