Imaginen un lugar en donde se encuentran ríos de distinta naturaleza que viajan desde el oriente, el sur y el occidente, y que al convertirse en un único gran río fluyen, inicialmente, hacia el norte. Imaginen un territorio rico en plantas, aves, mamíferos y peces cuyo número de especies presentes se puede contar en centenas. Imaginen una región con una cultura tan variada que incluye pueblos originarios, gente venida del interior e incluso una frontera internacional que divide en dos lo que antes fue un solo país.
Ahora dejen de imaginar un lugar así y acompáñenme a recorrer las esquinas y el corazón de la Estrella Fluvial del Inírida.
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Las coloridas aguas de la Estrella Fluvial crean un contraste visual fascinante. Los ríos Guaviare y Orinoco son cafés, debido a la alta carga de sedimentos que arrastran desde sus orígenes y en sus trayectos. En cambio, el río Atabapo es oscuro, por momentos casi negro, en razón a la alta concentración de ácidos provenientes de la descomposición de materia orgánica vegetal de las selvas de la Amazonia. Las orillas de los ríos están bordeadas por selvas densas y formaciones rocosas que enriquecen la belleza de la escena y crean un paisaje típico de la frontera colombo-venezolana sobre el río Orinoco.
El río Guaviare es la autopista por la que llegué a la Estrella Fluvial desde Inírida, la capital del departamento de Guainía. El recorrido dura aproximadamente 45 minutos, y su primera parte se hace por las aguas oscuras del río Inírida, el cual pasa al frente de la ciudad que lleva su nombre. Pocos kilómetros después, el río Inírida se funde con el Guaviare. El plan que ofrecen los operadores turísticos es de medio día: el tiempo justo para navegar la Estrella, ver el encuentro de las tres aguas y quizás bajarse unos minutos en Amanaven, un pequeño poblado en la ribera occidental de la Estrella Fluvial desde donde se observa San Fernando de Atabapo en Venezuela.
Decidí pasar dos noches en el territorio para aumentar el chance de hacer las tomas de dron que quería. Hoy en la mitad de un invierno que se espera vaya hasta diciembre es una fortuna gozar de un día completo con cielos despejados y rayos de sol iluminando el firmamento. El pasado lunes 17 de junio llegué temprano a la región con un sol deslumbrante y, a eso de las diez de la mañana, se tapó y empezó a lloviznar. Y así permaneció el clima durante el resto del día. El martes amaneció oscuro y con llovizna. Un poco triste y desilusionado, hacia las nueve de la mañana salí a recorrer la zona. “Es mejor hacer fotos con luz blanca y brillante, que no hacer ninguna”, me dije. Y cuando empezamos a navegar, el cielo se despejó. Al mediodía tuve que resguardarme por el calor y la luz intensa. En la tarde navegué otro rato. Fue un día fotográfico (casi) perfecto.
La biodiversidad en la Estrella Fluvial es impresionante.
“Esta región de 400.000 hectáreas, al hacer parte de la transición entre la Amazonía y el Orinoco –leo en una nota de WWF–, posee características de ambos biomas, dando como resultado la existencia de diversidad de bosques inundables, otros no inundables en terrazas altas, y vastas zonas cubiertas de arenas blancas con vegetación arbustiva y herbácea”.
Hoy los bosques inundables ya están con suficiente agua y algunas zonas que antes eran caminables deben ser transitadas en canoa. Los viajeros visitan más la región en la época seca, porque les gusta tomar el sol en las playas que se forman en las orillas y en la mitad de los ríos y disfrutar de días más soleados y menos lluviosos. Pero nada en la vida es completo: en el verano se pierden los espejos de agua que se hacen en algunos tramos de los ríos de la región y que hacen tan fascinante recorrer sus aguas.
“Adicional a la variedad de sus suelos [en donde se han identificado más de 1.170 especies de plantas] –sigo leyendo la nota de WWF–, en la Estrella Fluvial de Inírida habitan en cifras aproximadas 250 especies de aves, 100 de mamíferos entre ellas dos gigantes de agua dulce como las toninas o delfines de río y las nutrias; además 470 especies de peces entre ornamentales y de consumo”.
Al frente de Amanaven, en el punto donde las aguas de los ríos Guaviare y Atapabo se encuentran antes de formar con el río Orinoco el llamado Gran Orinoco, vi toninas en más de una ocasión. Y no es casualidad verlas justo ahí: ese es un punto estratégico para la pesca, pues reúne la riqueza natural de los ríos que nacieron en tierras montañosas y selváticas.
No hay muchas opciones de hospedaje y alimentación en el lado colombiano de la Estrella Fluvial. En Amanaven –en principio— hay energía eléctrica las 24 horas del día, internet satelital decente ($4.000 por una hora, $7.000 por 24 horas) y transporte público fluvial hasta Inírida todos los días ($55.000 por trayecto). También hay restaurantes, tiendas y bares sobre el río y la única calle que atraviesa el lugar. Sin embargo, me alojé en la isla de Maviso, un antiguo campamento militar que está siendo acondicionado para hospedajes cortos y de desconexión tecnológica (hoy no tiene energía eléctrica ni internet). Allí tuve la fortuna de conocer a Francisco y su familia; su hermano fue mi lanchero durante un día y su esposa fue quien me alimentó con el mercado que llevé para la familia y algunos alimentos propios, como el pescado con que preparó un delicioso caldo o el venado silvestre con que completó el almuerzo del primer día. Me pareció inspirador presenciar el ritual familiar del baño en las aguas del río Atabapo al caer el sol o la costumbre de sentarse a ver caer la lluvia en el horizonte, aunque sea el paisaje que han observado toda la vida.
La región enfrenta amenazas como la deforestación, la minería ilegal y el cambio climático, que podrían impactar negativamente su frágil equilibrio ecológico. De ahí la importancia del ecoturismo y la pesca deportiva que están emergiendo como formas de promover la conservación y el desarrollo territorial sostenible. La observación de aves, los paseos en bote por los ríos y las visitas a comunidades indígenas –por ejemplo– ofrecen una experiencia auténtica y educativa, al tiempo que generan ingresos alternativos a aquellos que, como la ganadería que se ve en la esquina inferior izquierda de la siguiente foto, depredan el territorio y las culturas ancestrales.
Hubiera querido adentrarme aguas arriba en el Orinoco para retratarlo de cerca y desde distintos puntos, como hice con la Estrella Fluvial, pero la tensión fronteriza me detuvo. En el lado colombiano se escuchan historias de abusos de la Guardiana venezolana con los visitantes extranjeros. No me sentía seguro volando un dron sin permiso de las autoridades vecinas ni tampoco consultándoles. “Hoy en día algunos venezolanos quieren vestir el uniforme de la Guardia no para proteger a su gente, sino para robar”, me dijo alguien en la frontera. Lo que sí hice fue recorrer sin dron ni cámara fotográfica las calles de San Fernando de Atabapo, una ciudad con aeropuerto que antes fue el epicentro del comercio en la región (a la derecha en la siguiente foto). Antes de la crisis de Venezuela, 10 o 15 años atrás, los colombianos de la región iban a vender y a comprar a San Fernando. Hoy es poco lo que se puede comerciar: no fue posible conseguir en el muelle una cerveza Polar –uno de los íconos venezolanos de antaño–, en los estantes sobresalen productos traídos de Colombia y en la nevera de carnes del supermercado más grande solo vi exhibido un platón plástico con patas de pollo. Nada de res. Nada de cerdo. Nada de pescado. Esta ha sido mi única incursión en territorio venezolano.
Supe por primera vez de la Estrella Fluvial gracias a La invención de la naturaleza, la fascinante biografía de Alexander von Humboldt que escribió Andrea Wulf. Uno de sus capítulos narra las aventuras y descubrimientos de Humboldt y su cómplice Bonpland en las aguas venezolanas del Orinoco. Estando allí imaginé a Humboldt conociendo un territorio del cual poco se sabía en la Europa de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Lo vi maravillado con las plantas, las aves, los peces, los mamíferos. ¿Sabía algo la Europa de la época sobre las toninas que nadan en ríos y lagunas o las ceibas gigantes que se alzan en la orilla occidental o las formaciones rocosas del Escudo Guayanés? Estos exploradores europeos descubrieron para la ciencia occidental no cientos, sino miles de plantas, y tuvieron el honor de dar nombre en latín y otras lenguas a plantas, animales y lugares. De hecho, se dice que Humboldt fue quien bautizó el lugar como la Estrella Fluvial del Oriente, pero no he podido comprobarlo en sus publicaciones propias.
Si tienes cómo confirmar esta afirmación, o desmentirla con pruebas, escríbeme por mail o deja un comentario al final de este mensaje.
Fascinado con Guainía, tierra de muchas aguas,
Óscar Iván
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Gracias, Óscar. Al leer esto, tengo un registro más amplio y lo que más me alegra es que esos nombres, que antes me eran desconocidos y difíciles de recordar, ya no lo son. Al mencionarlos en tu blog, me es más fácil transportarme a través de mi experiencia y mis recuerdo.
Mi admiración por todo tu trabajo, entrega, profesionalismo y todo lo que permites que en tus letras, narración y bellas fotos el mundo conozca una parte de nuestro país.