Si tuviera que salvar un único objeto de las llamas de un incendio que estuviera arrasando con mis pertecencias (hoy arranqué un poco dramático), salvaría mi primer pasaporte.
En las páginas de esa libreta está el germen de la persona que soy hoy. Está el rastro del recorrido que me hizo cambiar. Están escritas, en clave de sellos y visas, experiencias personales que me llenaron de vitalidad y me alegraron de estar vivo.
Al volver a sus páginas y recorrer sus marcas, deseé tener un dispositivo digital que me permitiera “leer” los sellos y vivir de nuevo esos viajes iniciáticos que descarrilaron —por fortuna— el tipo de vida que llevaba.
El primer pasaporte que usé en mi edad adulta fue expedido el 8 de octubre de 2010 y tuvo una vigencia de diez años. En su foto de blanco y negro veo a un Óscar más serio que el de hoy —y claramente más joven— que vestía su clásica camisa de cuello inglés y un saco oscuro sin cierre.
Ese pasaporte lo solicité con el propósito de viajar por Sudamérica y Australia en 2011. Por ello, las dos primeras visas que tiene pegadas en sus páginas son las de Estados Unidos y Australia (a través del primero viajé al segundo) y los primeros sellos de inmigración son los de Brasil, Argentina y Paraguay.
Los registros más antiguos que se asemejan a lo que hoy conocemos como pasaportes datan de los imperios persa y romano. Estos documentos acreditaban a individuos como emisarios o mensajeros oficiales, y se les hacía merecedores de protección y acceso a áreas restringidas.
De acuerdo con la revista NatGeo, el rey Artaxerxes de Persia fue quien, por allá en el año 450 a.C., escribió una carta a los gobernantes más allá del Éufrates pidiendo paso seguro a Nehemías, su portador, en su viaje a Judá. Pese a ello, la palabra pasaporte no se comenzó a utilizar hasta la Europa medieval.
Se piensa que su origen etimológico viene de la palabra francesa passeport, que está compuesta por el verbo passer (equivalente al nuestro pasar) y el sustantivo port (puerto, en español). Así, el pasaporte es el documento oficial que te permitía pasar por las puertas de otros.
El “poder” de un pasaporte se mide por la libertad que ofrece para viajar por el mundo en función del grado de acceso sin visado y con visado a la carta del que disfrutan sus titulares.
De acuerdo con el Índice Henley de Pasaportes 2023, Singapur tiene el pasaporte más “poderoso” del mundo, pues permite a sus ciudadanos visitar, sin visa, 193 destinos de 227 en todo el mundo. Le siguen Alemania, Italia y España, con 190 destinos.
Los tres peores pasaportes para tener son los de Siria (30 destinos con acceso sin visa o con visa a la llegada), Iraq (29 destinos) y Afganistán (27 destinos).
Ningún país latinoamericano o africano está en el top 10 de países con pasaportes más “poderosos”…
Hoy en día, más de 90 países y territorios permiten a los colombianos viajar sin visa. Y, aunque son muchos más que en 2010 cuando apenas eran 25, todavía son demasiados los lugares que exigen visa a quienes tenemos pasaporte colombiano.
He tenido que gestionar el visado de todos los países que he visitado por fuera de Sudamérica, salvo Nicaragua en 2017. Y no siempre fue fácil, ni rápido, ni económico. La primera vez que solicité la visa de Estados Unidos me la negaron. Debió haber sido hacia 2006 cuando terminé el pregrado en economía y quería ir a aprender inglés. La visa de Indonesia no me la negaron, pero tampoco me la dieron en un plazo de 1 o 2 meses, así que tuve que renunciar a mi idea de visitarlo cuando salí de Australia y viajé por el Sudeste Asiático.
Cuando llegué a Bangkok, en Tailandia, proveniente de Mandalay, en Birmania, me hicieron salir de la fila de inmigración y entrar a una oficina en donde me interrogaron. El danés con quien venía charlando no entendía qué pasaba. Yo tampoco. O sí: a veces no es fácil, ni chévere, ni acogedor viajar con pasaporte colombiano.
En la parte superior de la página 13 de mi antigüo pasaporte, leo:
TRAFFICKING OF ILLEGAL DRUGS CARRIES A DEATH PENALTY
No les bastó el mensaje aterrador: también tuvieron que ponerlo en mayúsculas sostenidas.
El texto hace parte de la visa de Malasia que me otorgaron en Canberra, la capital de Australia, el 21 de febrero de 2013.
Esa advertencia me generó pavor. Si bien no tenía nada que temer por mis actos, había escuchado historias de maletas intervenidas que me pusieron nervioso y me hicieron dudar en si debía usar o no ese permiso de entrada única.
Al final la usé y fui feliz.
Jalonados por el tren del turismo, los viajeros anhelamos una buena colección de sellos en el pasaporte. Estos son récords personales de los que es difícil no sentirse orgulloso y que muchos ostentan públicamente. Christian Byfield, el influencer de viajes pionero en Colombia y quien abrió las puertas para que muchos otros vinieran después, dice en su cuenta de Instagram: “87 países” (28 de los cuales había visitado antes de cumplir 25 años y poco después de graduarse de la universidad).
Algunos de los sellos más codiciados por su belleza son los de Arabia Saudí o Camboya. También son muy ansiados los de la Antártida o la Isla de Pascua. Para tenerlos, no solo se necesita tiempo y ganas, sino plata y privilegios: el viaje a la Antártida, por ejemplo, está reservado para científicos, militares o viajeros adinerados (obviamente, Byfield ya fue).
El sello más especial que tengo en mi pasaporte no es, curiosamente, uno de inmigración. Se trata de la marca conmemorativa del primer centenario del descubrimiento de Machu Picchu, en Perú, y lo puse —porque era uno quien lo hacía con sus propias manos— en 2011. En él, aparece la icónica cara del inca (giren la imagen 90 grados hacia la izquierda y verán por qué se llama así) y dice arriba en forma de arco: “PARQUE ARQUEOLÓGICO DE MACHUPICCHU. 100 AÑOS”. Eso lo tengo inmortalizado en tinta azul en la página 9 del antigüo pasaporte.
“El pasaporte es el documento más bonito e interesante que puede llevar un humano en su bolsillo –dice la revista Condé Nast Traveler–. Con el fin de evitar su falsificación, la tinta y, sobre todo, lo complejo de los dibujos en sus páginas son una pequeña obra de arte”.
No sé cómo sean los pasaportes de los demás países (hasta ahora caigo en la cuenta de que no me he detenido a observarlos), pero las páginas del colombiano me gustan bastante, sobre todo las del que me dieron el año pasado.
Entre sellos y visas, en las esquinas inferiores y extremas de las páginas, veo en el antigüo pasaporte algunas de las maravillas naturales de Colombia: orquídeas, osos de anteojos, colibríes, bromelias, tortugas, magnolias, cactus, chigüiros, águilas, frailejones. El pasaporte muestra que Colombia es, en verdad, uno de los países más biodiversos del mundo.
El nuevo pasaporte, en cambio, expone, de lado a lado, principalmente las celebraciones culturales y los lugares naturales y artificiales más populares del país. Estas representaciones pueden ser interpretadas como mapas de sueños, por los románticos como yo, o como las “17 cosas que no puedes dejar de hacer si viajas por Colombia”, por los coleccionistas.
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Pensándolo bien, si un incendio estuviera arrasando mis pertenencias, no arriesgaría mi vida para salvar un objeto. Ni siquiera el pasaporte. Dejaría más bien que todo ardiera, aunque me doliera.
Por mi personalidad y la experiencia nómada que estoy viviendo, he fortalecido el desprendimiento a las cosas materiales. Antes creía que sería muy difícil vivir sin mi biblioteca personal y ahora sé que no lo es tanto. También podría vivir sin el pasaporte.
Dejaría arder el pasaporte entre las llamas, porque lo importante no son sus visas utilizadas ni sus sellos impresos —ni siquiera el de Machu Picchu—, sino haber vivido la experiencia cristalizada en sus páginas.
Como decimos en Colombia, “a mí nadie me quita lo bailao’”.
CODA: Como los incendios de verano australiano, la digitalización del mundo moderno está arrasando con todo. Hoy en día, se están explorando formas más avanzadas de identificación que podrían reemplazar los pasaportes físicos. Probablemente se crearán pasaportes digitales almacenados en dispositivos móviles y se utilizarán sistemas de identificación biométrica. Así que, mientras llega el momento, disfrutemos de esta pequeña herencia del pasado.
Reconocimiento: Este texto está inspirado en Objituario (Loro Pódcast), el nuevo show de Rodrigo Rodríguez y Andrea Yepes Cuartas que tuvimos el gusto de recibir en la Comunidad de Oyentes hace un par de semanas. Su eslogan es “Remembranzas de objetos perdidos, pero no olvidados”. Los cinco episodios que por ahora están disponibles son de lujo, pero el que más me ha tocado es el tercero (“La moto de Camilo Gónima”), porque me recordó con mucha gracia el viaje inolvidable que hice por Vietnam en 2015.
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Recomendación: al mencionar las “herencias del pasado” que disfrutamos hoy, se me vino a la mente La historia es ayer (El Extraordinario), ese podcast fascinante que nos muestra cómo los principios de la arqueología se pueden utilizar para entender quiénes éramos apenas “ayer” e incluso quiénes somos hoy. Sin duda, es uno de los tres mejores podcast que he escuchado este año y un excelente complemento a Objituario, para conocer más del papel de la “materialidad” en la experiencia humana.
Avisos parroquiales
El miércoles 16 de agosto a las 6:30 pm COL | 8:30 pm ARG, nos reuniremos con Diego Geddes del Diario de la Procrastinación (ARG) en la Comunidad de Newsletter@s. El encuentro es gratuito y online, con previa inscripción aquí. ¡Acompáñanos!
Peces fuera del agua acaba de lanzar una convocatoria en la que te invita a contar cómo fue tu inicio en la escucha o producción de podcast. Puedes enviar propuestas en texto, audio o video, hasta el 5 de septiembre. Conoce más aquí.
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Interesante objeto y bonito relato. Bienvenidos más sellos en el pasaporte.
Qué bien que te convertiste en nómada, ya que por tus letras corre la experiencia de tus viajes y de tus más profundos sentires. Todo un placer leerte. A mí me saca sonrisas ver mi pasaporte, me trae nostalgias y momentos duros también... es como una cajita de recuerdos. Esperemos tu próximo sello!.