Hola, queridos lectores:
Hoy les comparto la historia del primer viaje internacional que hizo Hernán Perico, uno de los lectores-viajeros que conocí en Leticia y con quien tuve la oportunidad de recorrer Iquitos y la formación del río Amazonas. Su historia me parece fascinante porque muestra cómo eran los viajes mochileros antes de que existieran los cajeros automáticos, las cámaras digitales y el internet, al tiempo que ilustra cómo viajar es una fuente valiosísima de conocimiento. La amistad y las historias de Hernán son uno de los regalos que me deja este paso memorable por la selva amazónica.
Con cariño,
Óscar Iván
Leticia, Colombia
El primer viaje internacional lo hice al Perú estando en tercer o cuarto semestre de Medicina, ahorrando plata y leyendo sobre los Incas.
Con un amigo nos enteramos que había una empresa de buses que salía desde Caracas e iba para Buenos Aires o Santiago. Nosotros hicimos nuestros propios morrales, y yo en San Victorino compré avena, maní y coco para hacer granola, porque la dieta era a base de agua y granola.
El primer recorrido fue a Cali, luego a Pasto, luego a Quito, luego la vía Santo Domingo de los Colorados a Guayaquil, luego a Machala, pasamos Aguas Verdes, Trujillo, Lambayeque, Piura, llegamos a Chanchán, llegamos a Lima y luego nos fuimos para Arequipa. El truco era pasar dos noches viajando en bus y en la tercera dormíamos en hotel para lavar la ropa.
Nos quedábamos en unos hostales miserables, que era lo que podíamos pagar. Eran unas casas que me acordaban a las de Tunja, en Boyacá, unas tapias de barro de casi dos o tres metros de ancho, unos techos altísimos, unos pisos hechos en unas baldosas rojas con flores y unos baños tétricos. Como íbamos dos personas, nos quedamos los dos en un cuarto privado o con otros en uno compartido, la idea era minimizar el gasto.
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El primer intento de robo exitoso en la vida me lo hicieron en Perú y yo aplaudí al ladrón. Yo tenía una fijación por las iglesias y me fui a verlas, el ladrón tenía como 75 años y yo debía tener unos 25. El tipo me debió echar como mostaza en el hombro, atrás y en la pierna, y me dice: “Mire señor, lo acaba de cagar una paloma”. Yo subo la cabeza y claro, las palomas arriba, volteó a mirar y un chisguete amarillo en el hombro y en la pierna, y yo digo: “Me cagó la paloma”. “Quítese el saco, señor, y yo lo limpio”. Y me quito el saco y pasa un ciclista diciendo: “Lo están robando”.
Yo le dije: “Señor, felicitaciones, lo hizo muy bien. Aprendí la lección”. El tipo mientras lavaba el saco metía la mano a ver qué sacaba y no se pudo robar nada, pero yo decía: “Caí completico y aprendí la lección”.
El siguiente camino era Lima-Arequipa y en Arequipa nosotros queríamos ver el órgano, las construcciones en sillar que son unos bloques que sacan de un volcán. Hasta ahí llegamos bien en bus y ahí había que coger el tren y nos dijeron: “No se vayan en tercera categoría porque los roban”. Y nosotros: “Tercera es la más económica: ¡ahí nos vamos!”.
Mi amigo y yo acordamos hacer la guardia. Mientras uno dormía en el piso, el otro vigilaba. Entonces le dije: “Yo duermo de 10 a 2 de la mañana y usted duerma de 2 a 6”. De pronto siento que me empieza a sacudir y yo: “Pero ¿en qué momento dormí cuatro horas?” y él dice: “Me acaban de robar la cámara”.
Mi amigo se quedó dormido y le abrieron el bolso. Cuando él se despertó y vio el bolso abierto, ya no estaba la cámara. Todos los pasajeros hablaban en quechua y en aimara. Nadie vio nada. Nadie dijo nada. Ganaron.
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La cámara que le robaron era tipo réflex y era lo máaaximo. Era una Pentax y el rollo era de 30 o de 36 fotos que había que estirar, hacerlo rendir, porque estábamos sin plata y no podíamos andar comprando. Entonces había que pensar antes de disparar la cámara.
Una de las cosas que me gustaron de una conferencia que dictó Mario Mendoza en la Feria del Libro de Bogotá pasada fue que dijo que la ventaja del libro frente a la cámara es que nos saca del yo, y en esa época ni a pedos nos tomábamos una selfie. Pensar que yo podía voltear la cámara réflex y me iba a tomar una foto a mí mismo era un desperdicio. Mario dijo ese día que ahora todos los celulares están hechos para sacarse selfies y no para ir afuera. Para nosotros, la cámara era un vehículo para ir afuera. Cada exposición valía la pena y había que sacarle el jugo.
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Llevábamos unos dólares y los íbamos estirando y cambiando en zonas de frontera o de acuerdo a la necesidad. Cargábamos toda la plata y la llevábamos metida en los zapatos, en la lengua de un lado, en la del otro, camuflado en un pequeño bolsillo o dentro de la página de un libro, en cualquier lado. El lema era no poner todos los huevos en un solo canasto.
Teníamos una estrategia y era llevar siempre un doble pantalón, porque nos podíamos quedar dormidos en el bus o en cualquier parte. Nosotros sentíamos cuando nos metían la mano al bolsillo y lo que dejábamos era dinero de muy baja denominación para que la persona sintiera que cogía billetes y se fuera.
Dejábamos la plata para que se la robaran y por dentro sí llevábamos camuflado todo el dinero que podíamos en diferentes sitios, porque donde se llegara a perder, estábamos muertos.
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En Arequipa cogimos el tren de tercera en donde nos robaron y de allí subía uno a Juliaca y a la mano derecha iba uno a Puno, al lago Titicaca, y a la izquierda a Cusco. Cuando llegamos a Cusco, mi compañero se devolvió a Colombia de la depresión por el robo de la cámara y yo me quedé solo.
Allí empecé a recorrer el Valle Sagrado de los Incas que es hoy Ollantaytambo, Sacsayhuamán, Kenko, vi la importancia de las terrazas para las plantas medicinales y comencé a entender que los españoles destruyeron todos los templos porque los consideraban sitios de adoración al demonio y construyeron la catedral de Cusco.
Fui a la Piedra de los 12 Ángulos y recorrí todo el río Vilcanota y finalmente hice la travesía a Aguascalientes y el ascenso a Machu Picchu y a Huayna Picchu. El lema era no nos devolvemos sin haber llegado a la cima en Huayna Picchu. Yo estaba solo en ese momento, pero conocí a otra gente que iba para allá y entre todos decíamos: “Huayna Picchu, hay que llegar arriba sí o sí” y nos hacíamos compañía.
Recuerdo que nos hicieron firmar un libro que exoneraba al gobierno peruano por si nos pasada algo, por si nos caíamos de allá. Entonces era dele a ver si llegábamos antes de las 12 del día y después íbamos a conocer el Puente del Inca, las Tres Ventanas, donde hacían la fiesta del Inti Raimi, que eso va a ser dentro de ocho días, el 21 de junio, que es el solsticio de verano y es cuando están los 10.000 yuscas, incas, aimaras, quechuas cantando para que la sombra que proyecta en la piedra se empiece a disminuir y eso indica que han amarrado al sol.
Y empecé a ver la historia de cómo fue que se descubrió Machu Picchu, porque ese lugar no lo conocieron los españoles. Eso fue un descubrimiento de 1911 por Hiram Bingham de la Universidad de Yale que venía siguiendo el río Vilcanota para ver si se conectaba al Amazonas y en una borrachera uno de los campesinos le dijo que arriba había unas ruinas y él subió y descubrió Machu Picchu.
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Mi madre tenía una cuestión que era su sabiduría. Ella estuvo muy tranquila durante el viaje. Ella tenía la teoría de que si yo no la llamaba, era porque estaba bien. “Si estuviera mal, ya hubiera llamado”, decía. Entonces no se preocupaba.
En esa época, una llamada internacional costaba esta vida y la otra. Las llamadas se medían en números de almuerzos que podían costar. La pregunta era ¿para qué llamo si voy a dejar de almorzar dos o tres días?, así que no llamábamos y en casa sabían que estábamos bien.
Cartas tampoco enviábamos porque se demoraban mucho en llegar. Lo que a veces sí mandábamos eran postales, pero las postales eran pequeñitas y era más porque casi que nos las regalaban y entonces uno era “Recuerdo de Machu Picchu”, “Recuerdo de Cusco” y quizás dos bobadas más para la novia.
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Leer a Garcilaso de la Vega “el Inca” me ayudó muchísimo para entender la concepción, la arquitectura, la medicina y los avances de los Incas.
La ventaja que teníamos con Garcilaso es que él era de madre Inca y de padre español, entonces manejaba muy bien las dos culturas. Podía por el lado materno entender la cultura incaica y por el lado paterno manejar muy bien el español. Él escribió un libro que se llama Comentarios Reales de los Incas en donde narra toda la historia que la madre le contó y que él no dejó perder.
Hasta donde recuerdo, el problema de los Incas es que no tenían la pólvora y que además no habían desarrollado mucho la rueda, pero suplían muy bien el tema con el talle de la piedra, que era lo que más me impresionaba. En la fortaleza de Ollantaytambo hay unas piedras de más de 25 toneladas que las tuvieron que atravesar por el río Vilcanota y subirlas a una montaña. Además las lograron tallar de tal forma que encajaran una con otra y en medio no cupiera una aguja.
Lo que más me marcó fue el gran desarrollo de la cultura incaica y que los españoles llevaban ventaja con el uso de la pólvora. Como los indígenas nunca habían visto un caballo pensaban que el hombre y el caballo era una sola cosa. Cuando tumbaban del caballo al hombre y veían que el hombre se paraba y el caballo se iba por otro lado, ellos pensaban que si le cortaban la mano al hombre, la mano iba a seguir peleando y el cuerpo iba a seguir por el otro lado, entonces eso era una cosa de nunca acabar. Por eso entraban en pánico y huían desmoralizados.
Los españoles insaciables con el oro secuestraron a Atahualpa y pidieron como tres piezas repletas de oro y finalmente decidieron asesinarlo. A Atahualpa le dijeron que si se arrepentía podía ir al cielo y él les preguntó a los españoles:
—¿Ustedes también van a ir al cielo?
—¡Claro! –respondieron ellos.
—Entonces yo no quiero ir.
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Estando solo hice el regreso en bus hasta Cusco en unas condiciones difíciles porque ya no tenía comida, ya se estaba acabando la granola, mejor dicho, tenía justo para llegar, y pude finalmente coger el bus en Lima para que me trajera a Bogotá y cerrar ese capítulo. Después lo fui complementando y enriqueciendo más, pero eso fue como en 1984, la primera gran salida que tuve del país.
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