La primera vez que sentí que estaba viviendo las páginas de un libro ocurrió en Leticia, en el sur-sur de Colombia, al comienzo de mi primer viaje internacional en 2011.
Juan Camilo Herrera, Juan Pablo Jaramillo y yo habíamos comprado la guía más completa disponible en el mercado para recorrer el subcontinente a bajo costo: Sudamérica para mochileros, de Lonely Planet. Un mamotreto de más de 1.000 páginas con todo lo que se debía saber, hacer, visitar, comer y beber en el viaje, y que servía de brújula para orientar a los viajeros en esos años previos a la masificación de los smartphones y la sobreinformación de internet.
Cuando digo que por primera vez “estaba viviendo las páginas de un libro” no me refiero a la capacidad de visualizar en la mente y de sentir en el cuerpo las palabras leídas –algo que por fortuna había aprendido muchísimo antes–, sino a la posibilidad de experimentar en carne propia lo leído. De repente, las palabras se convirtieron en realidades observables y experimentables por mí.
El primer día de viaje, ya instalados en el hotel, leímos en la Lonely Planet:
Leticia se sitúa en el límite entre Colombia y Brasil. Al sur, al otro lado de la frontera, se encuentra Tabatinga, una población brasilera de tamaño similar con puerto y aeropuerto propios. Ambas ciudades prácticamente están fusionándose y no hay ningún puesto de control fronterizo entre ellas. Se puede ir de una a otra en colectivo o a pie.
Esa última frase nos quedó resonando. “¿Será verdad?”, nos preguntamos. Y decidimos comprobarlo. Esa noche alquilamos un carrito de golf en el que recorrimos las calles de Leticia y cruzamos la frontera imaginaria que divide a los dos países sin sellar los pasaportes ni pedirle permiso a ninguna autoridad. “¡¿Qué es esta vaina tan loca?!”, decían nuestras caras de asombro.
Hace años dejé de leer las guías de Lonely Planet –y sus versiones posteriores: los blogs de viajes y los perfiles de instagramers–, porque me aburrí de hacer de las salidas una carrera a contrarreloj para tachar las casillas de una checklist diseñada por otros; me aburrí de coleccionar iglesias y parques y museos y calles y restaurantes, como si se tratara de llenar un álbum de Panini.
Ahora los libros que me acompañan en los viajes –en el antes, el durante y el después, porque los inicios y los finales de cada viaje siempre son difusos– son de narrativa. Me gusta leer los recuentos de viajes “reales” que ocurrieron en los sitios que visito (o quiero visitar) o los relatos de viajes “imaginados” cuya trama crece y echa raíces en aguas, tierras y culturas que pueda conocer en carne propia. Me gusta sentirme como Bastian Balthazar Bux habitando las páginas de La historia interminable.
Haciendo eco en idea de Wade Davis, veo los libros de viajes como mapas de sueños, como rutas de viajes posibles, como experiencias que otros tuvieron y que sería épico repetir.
El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez, me ha puesto a fantasear con un viaje a lo largo de todo el tramo navegable del río Magdalena, como lo hizo Simón Bolívar al final de sus días; Viaje a pie, de Fernando González, ha sembrado en mí la idea de caminar durante días por montañas y pueblos apartados; La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf, creó en mí la fascinación por llegar al río Amazonas desde el río Orinoco, rehaciendo el viaje que le permitió comprobar la existencia de esa conexión entre los dos ríos a Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland.
Me seduce mucho la idea de caminar por las tierras que otros caminaron, de ver los amaneceres que otros vieron, de navegar las aguas que otros navegaron. Seguir los pasos de viajeros y viajeras ilustres como parte del camino que nos lleva a dar nuestros propios pasos. Así lo han hecho muchos antes y así lo haremos muchos después.
Wade Davis fue a la Amazonia siguiendo el “mapa de sueños” trazado por su maestro, Richard Evans Schultes; Schultes fue a la selva amazónica inspirado por los descubrimientos del botánico que lo enamoró de las plantas, Richard Spruce; Spruce salió de Inglaterra movido por la lectura del diario de viaje de Charles Darwin; Darwin escribió su libro inspirado por los relatos americanos de Alexander von Humboldt; Humboldt… La historia de los viajes extraordinarios es una cadena infinita sin comienzo ni fin.
Otra forma de vivir la literatura que experimenté en el viaje reciente a la Amazonia fue escuchar en boca de la gente del territorio las historias que habíamos leído en los libros y que hacen parte de la tradición oral de los pueblos. Así, los guías y las comunidades locales nos hablaron del nacimiento del río Amazonas a partir de un árbol derrumbado cuyo tronco y ramas se convirtieron en el caudal central y sus afluentes; de una princesa indígena enamorada de un guerrero que vivía en la luna quien, en su afán por estar junto a él, saltó desde la orilla de un lago hacia la luna llena pero no logró alcanzarlo y su falda extendida sobre el agua se convirtió en la monumental Victoria Regia; y de delfines rosados que se convierten en hombres y enamoran, embarazan y hasta roban a las mujeres que habitan las orillas de los ríos y los pueblos cercanos.
Quizás la historia que más me fascinó al leer los Cuentos amazónicos de Juan Carlos Galeano fue la que habla de una moderna ciudad en la profundidad del río que es habitada por delfines rosados. Y fue hermoso, desde luego, escuchar en vivo y en directo, como si se tratara de presenciar la grabación de un podcast, las variantes de esa historia contada por la gente que conocimos, una historia que, al igual que las otras mencionadas, mezcla realidad con fantasía y nunca es claro lo que ellos consideran mitos y lo que consideran hechos.
En Mi Museo Iquitos, por ejemplo, el guía —un señor muy informado y crítico del pasado cauchero— me contó que la semana anterior había escuchado dos relatos de personas que afirmaban haber visto en la noche de sus pueblos a la Runamula, una mujer convertida en mula en castigo por su infidelidad a quien el pueblo azota para conocer al día siguiente, cuando su cuerpo haya vuelto a la normalidad y esté lleno de marcas, de quién se trataba. ¡Ah! Eso sí es vivir las historias.
Paro aquí mis aventuras literarias y nos leemos dentro de ocho días.
Con cariño,
Óscar Iván
Bogotá D.C.
Vive la literatura en compañía de otros
Con los amigos de la librería Casa Tomada hemos decidido realizar un segundo viaje literario y físico por la selva amazónica. Entre agosto y diciembre de este año, nos encontraremos online el primer sábado de cada mes a las 4:00 pm COL para conversar sobre un libro de narrativa (cinco en total) y a final de año realizaremos un viaje a un destino por definir en la región. Haz clic aquí para conocer más del taller. Me haría muy feliz verte por allá. ¡Acompáñanos!
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Qué bonito! Me gusta eso de no vivir de tachar istaa, del mapa de sueños, de la historia interminable que es el libro de la propia vida.