'Hacia el corazón del Amazonas'
La historia de un viaje a contracorriente del sistema, pero aguas abajo por el río Putumayo
Hacia 1990, Valerie Meikle y su compañero Miguel sintieron el llamado del río Amazonas. Y decidieron ir a conocerlo, pero no de cualquier forma. La vía más directa hubiera sido montarse en un avión en Bogotá, en la zona Andina, y aterrizar en Leticia, el municipio más al sur del país y el punto en el cual el río grande besa tierras colombianas. En ese entonces, no había carreteras que conectaran a Leticia con otras regiones del país (ni las hay ahora, aunque la historia puede cambiar pronto, a mucho pesar de algunos). En todo caso, aún si hubiera habido carretera, ellos no habrían llegado por tierra, como tampoco lo hicieron por aire.
“Tuvimos, como siempre, una cierta aprehensión pensando en la partida, en la salida de nuevo al río grande. No era un temor al río en sí, sino más bien temor al despegue, a salir de lo conocido al mundo de lo desconocido, ese alejarse del calor de la gente amiga, familiar, para salir al mundo de la gente extraña que espera ser conocida”.
A Valerie y Miguel lo que les interesaba era remar en canoa por las aguas amazónicas. En un periodo de cinco meses, recorrieron más de 1.500 kilómetros desde el río Yaricaya, en Perú, hasta el río Amazonas, en Brasil. La mayor parte del tiempo navegaron las aguas del río Putumayo, esa otra gran arteria fluvial que divide territorios internacionales: Colombia de un lado, Ecuador y Perú del otro. Alguna gente les decía “pónganle un motor a la canoa para andar más rápido” y ellos respondían “¿Para qué? No tenemos afán”. Ellos iban en un desplazamiento lento, tranquilo, sin apuros, un viaje capaz de permitirles apreciar los sonidos de la naturaleza y conocer desde adentro las comunidades de indígenas y de colonos que habitaban los territorios visitados.
“Entendí que nuestro viaje era esencialmente espiritual. Nuestro recorrido no era un rápido llegar desde A hasta B, sino un lento viaje hacia adentro”.
En su viaje nómada y minimalista, la canoa se convirtió en su hogar y vehículo de transporte: en él se movilizaban, dormían y alimentaban casi todo el tiempo. También lo hacían en las casas de personas y familias que conocían en el camino. Al estilo de los grandes aventureros y exploradores de antaño, Valerie y Miguel se adentraron en lo profundo de la selva sin mayores contactos, pero con la disposición de compartir con otros y aprender de ellos. Y las comunidades locales supieron apreciar ese gesto tan distinto en unos “hombres blancos”, quienes por lo general se acercaban al territorio con el deseo de imponer sus tradiciones y explotar —a cualquier precio— sus recursos naturales.
“La canoa sería nuestro hogar desde ahora y en adelante se movería con nosotros. Allí llevábamos nuestras necesidades mínimas, todo lo demás se había quedado atrás. Viajando con tan ligero equipaje no pude dejar de sentir una sensación regocijante de libertad. Un profundo pensamiento surgió, invadió y tomó posesión de mí: éramos nómadas de nuevo”.
En la mirada de Valerie, la selva amazónica era un lugar idílico, soñado, cuya armonía y tranquilidad habían sido alteradas por la sociedad occidental. Con la excusa de traer progreso, “desarrollo”, se impulsó un sistema de mercado que generó más pobreza y destrucción que riqueza y felicidad. Antes de la llegada del hombre blanco, las comunidades indígenas lo tenían todo: vivienda, alimentación, libertad. Ahora, con el mercado, viven con deseos insatisfechos de lo que antes tenían y de aquello que se les impuso desde afuera —lujos, vestuario, vehículos, alcohol, drogas—, pues ya no son autosuficientes y la remuneración por su trabajo no les genera suficiente dinero.
“El progreso irónicamente les llegó, como nos llegó a nosotros, casi como enfermedad”.
Ligado a las actividades ilegales de extracción de madera y cultivo de coca, Valerie documenta prácticas contemporáneas de endeude, un instrumento heredado de la nefasta explotación del caucho que surgió en la región casi un siglo atrás. Los caucheros utilizaron la deuda para imponer un sistema de esclavitud moderna con el que retenían, maltrataban y explotaban a las comunidades indígenas a cambio de máquinas de coser, telas, cuchillos, bisutería y espejos. Siguiendo la tradición, los madereros y los cocaleros adelantaban a la gente productos a crédito para subordinarlos y enriquecerse a costa de un trabajo injusto y mal remunerado. Por fortuna, Valerie no encuentra presencia de los maltratos físicos que marcaron la fiebre del caucho.
“Aprendimos que los peligros del camino no son nada más ni nada menos que los mismos peligros de la vida. Sólo el hecho de estar vivos nos abría a ciertos peligros y vivir plenamente implicaba estar abiertos al riesgo. Cuando continuamente nos negábamos a tomar riesgos, cuando persistíamos en cuidarnos de lo inesperado, de lo desconocido, nuestra vida era sofocada y la existencia se volvía nada más que una rutina gris.”
El viaje de Valerie y Miguel me parece fascinante. El destino elegido, el estilo de viaje, la actitud de los viajeros, la inmersión profunda, la entrega total. Si tuviera que describirlo en una sola palabra, diría que el viaje fue, ante todo, auténtico. Único. Muy de ellos. Fue un viaje completamente alejado de las dinámicas turísticas que dominan hoy los desplazamientos por el mundo. De hecho, en las casi 300 páginas que tiene el libro Hacia el corazón del Amazonas —en donde Valerie contó la historia de su viaje amazónico y yo extraje las citas textuales— no hay una sola anécdota turística. Todo el relato es viaje puro y duro; es la descripción de una experiencia sencilla, básica, incluso de supervivencia, en la que Valerie y Miguel vuelven al origen del ser humano. Su día a día consiste en maravillarse por la vida y la naturaleza, en alimentarse, protegerse, cuidarse. En aprender del entorno y de los otros. En conocerse a sí mismos.
“Para quien empieza un viaje, algo tiene que terminar”
Todo viaje implica una renuncia y la renuncia de Valerie fue la crianza de sus hijos menores. Una decisión que siempre le pesó y acompañó, y que de hecho la impulsó a terminar su travesía y volver a la “civilización”. Sus dos hijos adolescentes, Claire y Diego, la necesitaban, la esperaban, la extrañaban. Y, con el tiempo, lo que empezó como una pequeña semilla terminó convertido en un árbol imponente: la drogadicción de Diego. En Amazona, el documental de Claire sobre la vida de Valerie y su relación con ella, vemos a una hija que intenta hacer que su madre acepte que se equivocó al separarse de sus hijos para abrazar la libertad. Pero, Valerie, siendo fiel a sí misma —y aquí va otro spoiler—, dice que no vale la pena culparse por el pasado y que la vida es lo que es, con lo bueno y con lo malo, con sus aciertos y sus fallas.
El documental es un excelente complemento al libro, porque cuenta aquello sobre lo que el texto calla: la vida anterior y posterior al viaje épico por las entrañas del Amazonas. Aquí vemos que la decisión de Valerie no fue algo impulsivo, súbito, sino el resultado de una vida entregada al movimiento, la libertad y la autenticidad. Un viaje a contracorriente del sistema, aunque aguas abajo por el río Putumayo. Una lectura expandida que puede verse completa en YouTube (clic aquí)
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¡Acompáñame en el conversatorio y la exposición de bio-fotografía en la COP 16!
Mañana viernes 25 de octubre, a las 3:00 p.m. en el Teatro Municipal de Cali, Colombia, participaré en 'Reconocer la biodiversidad mediante la fotografía', una actividad organizada por la CAF (Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe) en el marco de la COP 16.
El conversatorio abordará las experiencias en la naturaleza de los fotógrafos invitados y las historias tras las fotos exhibidas, y me dará la oportunidad de compartir con documentalistas que admiro: Federico Ríos, Eduardo Sorensen, Amado Villafaña y el pez César Martínez. La moderación estará a cargo de Leydi Higidio, secretaria de Cultura de Cali.
La actividad es gratuita con previa inscripción:
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¡Qué maravilla de reseña y texto! Me dejó la piel de gallina. No me deja de impresionar que las historias de mujeres en busca de la libertad, nunca son ajenas a su cuota de analisis de la maternidad. Da mucho para hablar (y analizar), pero la maternidad tiene ese poder de definir permanentemente nuestras decisiones, a veces aunque no queramos. A veces, aunque intentemos ocultarlo. Qué valor el de estos nómades exploradores, y qué valiosa su mirada del mundo. Amé todo.