Dictar el taller online de literatura y viajes en la librería Casa Tomada me ha permitido emprender un recorrido paralelo al físico por la geografía y la historia de Colombia. También me ha dado la oportunidad de leer lentamente y en compañía de otros libros a los que siempre les había tenido ganas. El encuentro del sábado pasado lo dedicamos a Mi alma se la dejo al diablo, de Germán Castro Caycedo, y hoy quiero contarles por qué quedé fascinado con el autor y su obra.
1. El autor
Germán (1940-2021) es un referente del periodismo en Colombia. Siendo apenas un estudiante de colegio, leyó en un diario el testimonio de un sobreviviente de un accidente aéreo y sintió el llamado del oficio. “Yo voy a hacer esto en mi vida: cronista”, se dijo. Y lo hizo: fue periodista de prensa escrita, radio y televisión, en donde tuvo un programa de crónica que fue pionero en el país porque sacó las cámaras de video de los estudios y las llevó al lugar en donde ocurrían los hechos. El programa se llamó Enviado especial, emitió 1.018 episodios y estuvo al aire 20 años (algunos de sus capítulos pueden verse en YouTube). También fue el primer periodista colombiano en publicar un libro de narrativa de no ficción (Perdido en el Amazonas, 1978) y murió habiendo publicado 22 libros de ese tipo. Por todo eso, en 2015 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por Vida y Obra.
Recomiendo mucho escuchar este episodio de Mi Banda Sonora para conocer a la persona detrás de los reconocimientos y los títulos. En conversación con Adriana Giraldo, Germán habla de su vida a través de las evocaciones que le provocan las canciones que le acompañaron en su viaje vital (además, es una masterclass de memoria, elegancia y apreciación musical).
2. La historia
Mi alma se la dejo al diablo (1982) es el segundo libro de narrativa de no ficción publicado por Germán. Simplificando una trama con muchas capas y personajes y ríos, se puede decir que el libro cuenta la historia de Benjamín Cubillos, un cazador cuyo esqueleto fue encontrado en un campamento abandonado a orillas del río Yarí en la Amazonia colombiana. El atractivo título del libro está inspirado en una frase del testamento que dejó Cubillos junto a su cuerpo.
Morí en este infierno. El diablo viene todas las tardes para llevarme. Dios está conmigo, pero mi alma va a ser para el diablo: me mira y sale como cerdo de río. Hoy vino como perro: cabeza negra y cachos. Quiere mi alma. Tengo calentura, no puedo casi caminar, y aquí solo (fragmento del testamento).
3. La época
La reconstrucción exhaustiva de los hechos que culminaron en la muerte de Cubillos y el rescate de su cadáver es, en realidad, una excusa para contar lo que ocurría selva adentro. Mi alma se la dejo al diablo nos habla de la cacería de animales para todo tipo de fines: diversión, comercio, alimentación, protección. En sus páginas corre sangre de distintos animales, especialmente de tigres, dantas, cerdos, monos y boas. La máxima implícita es que todo lo que se mueva entre la vegetación y las aguas puede ser cazado. Incluso si son indígenas de tribus nunca antes contactadas por la sociedad occidental. Por fortuna, a diferencia de los animales, ellos no son asesinados y sí son retornados a su territorio original. Peor destino tienen los árboles que son tumbados sin remordimiento para hacer trochas, campamentos, canoas, fuego... En las historias del libro, los indígenas se vuelven útiles cuando son convertidos en mano de obra y la destrucción de la selva es la vía del “progreso” material (un progreso que, dicho sea de paso, se queda en manos de los empresarios, nunca de los empleados).
En la selva le dicen amapolo: amarillo con negro. Vi como se le erizaron los pelos y también vi los hilos de sangre brotándole por la garganta… Estiré la escopeta y sin apuntar, disparé y le clavé un tiro en la quijada. ¡Qué iba a pensar en cuidar la piel si el jijueputa era enorme! (...) Pesó doscientos kilos. Verdad: nunca en mi vida había visto un tigre tan grande (testimonio de Óscar Rivera).
4. La narrativa
Gran parte del éxito del libro –uno de los más aplaudidos del autor– se debe a la forma como está escrito. Germán reconstruye la historia a partir de dos ejes narrativos que confluyen en Cubillos: de un lado está el grupo de Martin Morningstar, el patrón del difunto que promovía safaris en la selva entre extranjeros sedientos de sangre, y de otro lado, el grupo de los hermanos Sánchez, los patrones explotadores de Óscar Rivera y amigos, quienes fueron llevados a la selva con la promesa de volverse ricos gracias al “árbol que llora”. Cada eje es un coro de voces que el autor construye por medio de entrevistas y extractos de diarios personales, prensa escrita y documentos oficiales. La voz propia del autor la escuchamos solamente para conectar unas historias con otras y ubicarnos en la trama y el espacio. Su proeza consiste en ser invisible, en hacer que otros luzcan, en construir un coro en el que unas voces se complementan y contrapuntean con otras. Como todo gran director coral.
El discurso de aceptación del Premio Simón Bolívar es una clase exquisita de cómo hacer una buena crónica. En él, Germán confiesa su deuda con los Cronistas de Indias, su búsqueda por el equilibrio y la precisión en los datos, y el papel de los especialistas para ayudarle a comprender fenómenos complejos:
5. La investigación
Mi alma se la dejo al diablo es una cátedra sobre cómo cocinar a fuego lento libros laaargos y muy robustos. En dos ocasiones, Germán cuenta que esperó más de 3 años para poder hablar con personajes clave (la hermana de Cubillos y uno de los antropólogos europeos que le conocieron en el campamento del Yarí e intentaron salvarlo). Sabemos que lo suyo era ir a campo, grabar las entrevistas hechas a muchas personas, tomar notas en su libreta, tomar fotografías (sobre todo en sus primeros años). Le gustaba decir que por fuera del lugar de los hechos la gente recuerda la experiencia y que en el lugar la gente la revive (por eso intentaba llevar a los protagonistas de sus historias allá). También es destacable su olfato periodístico, ese que le permitía sentir una historia compleja en lo que podría parecer una anécdota sin importancia.
Realicé el trabajo para el diario y tuve que permanecer [en Araracuara] cerca de un mes esperando un avión que nos trajera de regreso a Bogotá. Pero cuarenta y ocho horas antes de emprender el regreso, bajamos a mirar la noche sobre el río: la luna reflejada en las aguas nos dejaba ver una horda de murciélagos volando sobre la superficie en busca de insectos y alguno de los colonos que nos acompañaba habló de las noches en el Yarí. Luego anotó: “En esa región estuve perdido y hallé el esqueleto de un hombre abandonado en un bohío”. Aquel colono era Óscar Rivera (recuerda Germán).
6. La distancia entre los pueblos
Benjamín, Óscar y sus compañeros de aventuras por la selva pertenecen no solo a una época distinta a la actual, sino a otros pueblos: a los que saben habitar la selva, no importa que sean blancos o indígenas. Es gente que sabe orientarse entre la densa vegetación por el sentido en que sale y se oculta el sol, que calcula cuán serpeante es un río dependiendo del número de veces que la luz de la luna aparece y desaparece cuando navegan sus aguas, que distinguen un río de otro por el color, el sabor y los peces de sus aguas, que sabe qué hora es por la identificación de los animales que emiten sonidos, que construyen canoas y campamentos con sus propias manos, que cazan animales en sus hábitats naturales. Y, aún así, en el libro, en casi todas las historias de sus múltiples personajes, se siente la presencia latente de la muerte, una muerte que la mayoría de las veces logran evitar, pero con la que basta un error para que el juego termine para siempre. Eso le ocurrió a Benjamín.
Pasó el tiempo y sentí que cantó un pájaro. El tente: “Tu, tu, tu, tu…”. Dije: “La una de la mañana. Faltan cinco horas pa que amanezca”. Aticé la candela y me recosté, pero siempre mirando pal lado del tigre. Pasó el tiempo, aticé candela y pujó el paujil. Dije: “Las dos. Faltan cuatro horas”. Martin estaba nervioso. Le dije: –Ayude a atizar candela mientras corto más leña. Se distrae. Corté leña, la traje, agrandamos las hogueras y nos recostamos un rato. Cantó la gallineta: “Fuiii, fuiii, fuiii, fuiii”. Le dije: —Las tres de la mañana [y así cada hora con distintos animales, hasta el amanecer] (testimonio de Vicente Quintero, rumbero/guía de Morningstar)
Avisos parroquiales
Todas las citas textuales fueron tomadas de la edición de Mi alma se la dejo al Diablo publicada en marzo de 2017 por Editorial Planeta.
Hoy Quietud y Movimiento cumple 6 meses de vida y 26 entregas 🙌🏻 ¡¿Cómo les ha parecido?!
Si les interesa explorar más la relación entre el viaje y la literatura, lean las notas que escribí acerca del primer taller que dicté en Casa Tomada, la reseña de El río, de Wade Davis, y la crónica sobre el homenaje que Orocué le rinde a La vorágine, de José Eustasio Rivera.
Dentro de 8 días no les enviaré mensaje, pues estaré de viaje por los alrededores de Leticia, en el sur de la Amazonia colombiana. Ese es el lugar en donde Germán visitó por primera vez la selva y donde Schultes, el maestro de Davis, recolectó muestras ejemplares de árboles de caucho. ¡Deséenme suerte!
Un abrazo,
Óscar Iván
Bogotá D.C.
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6 meses!? WOW te felicito! y te agradezco. Larga vida a quietud y movimiento. Disfruto mucho leerte
Me gusta leerte. Y que reseña tan bonita que incluye la sección de mi banda sonora del programa radial A Vivir que son dos días. Gracias por compartir lo que aprendes.