Viajar nos hace más felices
Porque la felicidad está en las experiencias, no en las pertenencias
El capitalismo nos vende la idea de que nuestra felicidad depende de la cantidad y la calidad de los bienes que consumimos. “A mayor consumo, mayor felicidad”, nos dice. Y si el consumo es de lujo, mejor todavía: felicidad por partida doble. Un producto costoso satisface una necesidad humana —un bistec alimenta, una chaqueta protege contra el frío, un carro transporta de un lugar a otro— y, al mismo tiempo, satisface un deseo de reconocimiento social —“Ese man tiene plata”, “Ella es muy exitosa”, “Él es un buen partido”—.
El resultado de esta dinámica es que las personas, para ser felices, buscan hacer mucha plata y usarla para comprar todo lo que “necesitan”. Así, la persona que recién empieza a trabajar tiende primero a comer en sitios más costosos y a vestirse “mejor” y después a comprar un carro, a endeudarse con una casa y a conformar una familia con hijos o mascotas. El mercado —se supone— es sabio y premia a los más preparados.
A pesar de lo que dicen las convenciones sociales y la sabiduría tradicional, la ciencia de la felicidad está demostrando que —¡oh, sorpresa!— tener más dinero y consumir más no convierte necesariamente a las personas en seres más felices (aunque —hay que aceptarlo— la ausencia de dinero sí genera desdicha). La felicidad no aumenta necesariamente al consumir más, debido a que el ser humano se sacia fácilmente, el deseo por un objeto disminuye al momento de obtenerlo y, sobre todo, el consumo genera un placer efímero.
Investigaciones recientes de la psicología y la economía han encontrado, sin embargo, que existen formas de gastar el dinero capaces de generar más felicidad que otras. ¿Cómo así? Pues así de simple: las personas que gastan su tiempo y su dinero en experiencias son más felices que quienes lo hacen en cosas.
Las experiencias son acontecimientos que vivimos en carne propia. Y pueden ser de muchos tipos. Vivimos experiencias cuando vamos a un concierto, asistimos a una obra de teatro, escuchamos un recital de poesía, recorremos manglares en canoas, nadamos con delfines rosados… A diferencia del consumo de bienes, las experiencias se quedan grabadas con fuego en la memoria y se reviven intensamente al recordarlas en soledad o contárselas a alguien.
Entre las múltiples formas de vivir experiencias, los viajes ocupan un lugar especial en el pódium. Y ocurre así porque los viajes son, en esencia, la acumulación acelerada de experiencias en un lapso corto. Un día. Una semana. Un mes. Viajar es vivir intensamente lo que el lugar visitado ofrece, ya sean caminatas por el centro histórico y visitas a museos o cenas en restaurantes y salidas de fiesta. Cada destino es un micro universo que invita al viajero a que lo recorra, lo explote, lo viva, lo disfrute, lo sueñe.
Como toda experiencia, los viajes se pueden empezar a disfrutar desde antes de iniciarlos. Primero viene la excitación tras el llamado a salir de casa, luego la felicidad de tomar la decisión y después el goce que produce la compra anticipada de los tiquetes de transporte. Empezamos a viajar al conversar con quienes han ido adonde vamos, ver fotos de la gente y los paisajes del territorio que visitaremos o leer las aventuras de quienes se nos han adelantado. La fase inicial del viaje es emocional y anticipatoria.
La felicidad que sentimos al viajar también la podemos extender al hacer una correcta distribución de los destinos escogidos entre los días del viaje. Viajar debería ser como subirse a una montaña rusa: una sucesión continua de ascensos y descensos, con segmentos planos para tomar aire y seguir avanzando. Todo destino tiene picos y valles que deben saberse alternar estratégicamente: si dejamos todos los picos —o experiencias top— para el final, el viaje se tornará lento y ansioso; si, por el contario, dejamos los picos para el comienzo, el resto del viaje se volverá insípido y soso. Incluso nostálgico. Por eso debemos alternar “picos” con “valles”, una y otra vez.
Con el tiempo, la memoria tenderá a invisibilizar los valles y a resaltar los picos, de manera que es importante asegurarse de que el viaje cuente con al menos un ascenso estrepitoso. Visto en perspectiva, el viaje por el Sureste asiático se convertirá en los Jardines de la Bahía, las Torres Petronas, la Tokyo Skytree, la isla de Ko Phi Phi, el lago Inle, el río Mekong, la ciudad de Angkor y los rastros de la guerra en Ho Chi Ming City; y así mismo con los demás destinos, a menos que nos tomemos un tiempo para hacer clic en los mapas mentales y reconstruir con detalle las rutas de viaje.
Cuanto más diversos, más divertidos suelen ser los viajes. Por ello la riqueza de viajar por países como Colombia, Brasil o México que permiten alternar playas con ríos, montañas con valles, pueblos con ciudades, desiertos con selvas, modernidad con tradición, planes culturales con noches de fiesta. Hacia el final del viaje —sobre todo si es de varios días o semanas— deberíamos haber vivido diferentes tipos de experiencias.
De manera que si quieres darte un tiempo para ser una persona más feliz, deja de comprar en exceso y sal de viaje en busca de experiencias y transformaciones personales.
¿Qué esperas para emprender tu próximo viaje?
Nota: una primera versión de esta reflexión fue publicada originalmente en Peces fuera del agua como parte del ensayo “Viajar”. Léelo aquí.
Para seguir explorando la relación entre los viajes y la felicidad
Al final del debate sobre si el dinero puede comprar la felicidad, que se llevó a cabo en el Intelligence Squared Asia, la audiencia estaba dividida: el 49% estaba de acuerdo y el 49% estaba en desacuerdo. El 2% restante estaba indeciso.
Pero cuando se trata de viajar, hay una sola y obvia premisa ganadora: viajar nos hace felices a todos.
Eso dice la periodista y planificadora de viajes, Winnie So, en una nota publicada en CNN.
Y es verdad que parece haber un consenso absoluto en que viajar nos hace más felices (sin que ello signifique obviar la posibilidad de tener malas experiencias).
Las razones por las cuales el viaje aumenta la felicidad también son bastante claras; aparte de las que ya expuse —la alegría por la expectativa viajera, la emoción por estar de viaje, los recuerdos como fuente de felicidad duradera—, agregaría:
La excitación que sentimos al romper la rutina
La interacción con otras personas
El contacto con la naturaleza
La posibilidad de aprender nuevas cosas
La oportunidad de relativizar los problemas cotidianos
El crecimiento personal que surge al enfrentarnos a nuevas situaciones
La posibilidad de aprender a valorar lo que tenemos (sea poco o mucho)
Y no son las únicas, desde luego. Conoce más razones en esta nota de Skyscanner y en esta otra de Conde Naste Traveler (spoiler: “viajar de manera frecuente nos hace un 7% más felices”). También te puede interesar mi mensaje de hace quince días, “La ciencia de la felicidad”.
¿Viajar te hace más feliz? ¿Por qué?
Me encantaría que me lo contaras en los comentarios de abajo o en respuesta a este mensaje. Prometo escribirte de vuelta.
Con cariño,
Óscar Iván
Bogotá D.C.
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