Tranquilidad.
Eso es lo que siento.
Eso es lo que me regalan las caminatas por la naturaleza.
Parado sobre una roca, observo el paisaje que tengo en frente. El fuerte viento mueve la superficie de la lagunilla y las nubes blancas que decoran el cielo. Frailejones de distintas especies se elevan entre rastrojos y puyas. Una montaña alargada de roca sirve de escudo protector para otras dos lagunillas casi secas y un bosque incipiente de Espeletia cayetana, una especie endémica que se encuentra en pocas montañas de Colombia.
Pero el páramo, más que observarse, se siente.
Se siente en las manos frías, las mejillas rojas, la nuca ardiente, el zumbido del viento, el fresco aroma de la montaña, las piernas tensas.
Y el silencio.
Sí: el páramo se siente en el profundo silencio.
Nada perturba la tranquilidad que nos regala la naturaleza. Nada. No escuchamos motores, ni pitos, ni vendedores ambulantes. Tampoco bafles, electrodomésticos, ni celulares.
Ni siquiera voces humanas… aunque somos un grupo de nueve personas.
Nadie dice palabra alguna porque César David Martínez, el fotógrafo de naturaleza y patrimonio cultural que hoy nos orienta, ha pedido que guardemos silencio y que, alejados unos de otros, observemos el entorno.
No fue necesario que pidiera sentir el páramo, porque es casi imposible no hacerlo cuando se viene a apreciarlo.
Unos minutos después, César David invita a que compartamos lo que sentimos y pensamos.
Alguien cuenta que el viento del páramo lo trasladó a sus años de juventud cuando, cerca de su ciudad natal, hacía expediciones grupales por las montañas. Otra persona se alegra de que su hija de ocho años pueda conocer un lugar como este, antes de que desaparezca o sea afectado drásticamente. Alguien más hace eco en esa idea agridulce de verse maravillada por un lugar fascinante, pero a la vez ser consciente de que está en peligro. Y una más, un poco más optimista, habla de la capacidad que tiene la naturaleza para regenerarse y volver a prosperar.
Yo reflexiono acerca de lo afortunadas que somos las personas que vivimos en Bogotá, pues tenemos distintos lugares naturales como este, el Páramo de Guerrero, a tan solo una, dos o tres horas. Me refiero a los páramos de Chingaza, El Verjón y Sumapaz, por mencionar los más populares.
A pesar de nuestra buena fortuna, muchos no lo saben, no les importa o no lo pueden disfrutar. Salir a recorrer la naturaleza no está entre los planes favoritos de los capitalinos en sus días libres. Yo mismo empecé a buscar la naturaleza cerca a Bogotá desde hace relativamente poco. Ese ha sido uno de los regalos que me ha dado el viaje.
Desde antes de reflexionar en silencio, el grupo ya había percibido el daño que, como sociedad, le hemos hecho al Páramo de Guerrero.
Mientras subíamos la montaña por la carretera destapada, luego de pasar por los municipios de Zipaquirá y Cogua, en Cundinamarca, vimos cultivos de papa y bosques de pino rodeados de frailejones y otras especies parameras. “Donde hay papa y pino antes había páramo”, dice César David.
Y sí: la papa y el pino son marcas innegables del ser humano.
“Al menos aquí no hay ganado”, pienso, al recordar la boñiga que pisamos y las vacas que vimos dos semanas atrás en los alrededores de la Laguna Negra, uno de los lugares estratégicos del Páramo de Ocetá en Mongua, Boyacá, cuando realizamos el taller fotográfico de Peces fuera del agua.
Es doloroso que no cuidemos más los páramos, sobre todo en Colombia, el país que alberga casi la mitad de los que hay en el mundo. Le siguen Ecuador y Venezuela. A estos ecosistemas les encantan las montañas de la región Andina y prosperan en alturas que oscilan entre los 3.000 y los 4.500 metros sobre el nivel del mar. Ahora mismo estamos a unos 3.750.
Los páramos son conocidos por su gran biodiversidad y su importancia para la regulación hídrica y climática. Aunque se les suele denominar “fábricas de agua”, ya que en ellos nacen ríos, lagunas y otras fuentes hídricas, César David explica que es una metáfora imprecisa. “En realidad, los páramos no crean agua”, dice. Lo que hacen es capturar la humedad del aire y liberarla lentamente. Por desgracia, no se puede crear agua para agregar a la que ya hay en el planeta.
En el camino que nos trajo hasta la roca en la que medité, vimos una lagunilla completamente seca. “Hace un año que vine por última vez, aquí había agua”, dice César David. Así que el responsable de la sequía no parece ser la estación en la que estamos.
“¿Por qué está seca la lagunilla?”, nos preguntamos, y especulamos con el Calentamiento Global y el Fenómeno del Niño. Recordamos que los embalses que proveen de agua a Bogotá y algunos municipios cercanos han llegado a niveles críticos en los últimos meses, lo cual ha conducido a la realización de racionamientos hídricos que son inéditos en la historia reciente de la región. Sea como sea, suenan las alarmas.
En la caminata también vimos cercas vivas de pino que delimitan las propiedades de unos y de otros. “Aquí termina lo mío y empieza lo tuyo”, dicen sin decirlo.
Las cercas de pino pueden parecer una mejor opción que las cercas de púas, pero no lo son. Esos pinos se multiplicarán con el tiempo y le quitarán los recursos naturales a los frailejones nativos, con lo cual presionarán su reducción o llevarán a su erradicación en la zona donde crecen. “Los pinos vienen de Canadá en donde tienen ocho meses de frío, así que para ellos el páramo es como estar en la playa”, dice César David.
Nosotros, los caminantes maravillados con el entorno, también dejamos nuestra huella. Algunas de las rutas del Páramo de Guerrero, como esta en Cerro Santuario, un lugar poco turístico, carecen de senderos marcados. Eso nos obliga, en algunos tramos, a caminar entre la naturaleza. Algo se mueve en el interior de uno cuando se pisa una planta viva que cruje y se parte.
CODA
Si quieres conocer más del Páramo de Guerrero, haz clic aquí. Si lo que quieres es planear una caminata para conocerlo, la nota que necesitas es esta.
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Monguí en fotos
Del 19 al 21 de julio, realizamos nuestro primer taller fotográfico in situ en Monguí, Boyacá. Este fascinante pueblo colonial, conocido como «el municipio más lindo de Boyacá», nos ofreció un escenario perfecto con sus calles empedradas, fachadas blancas y balcones coloridos.
Con ‘Monguí en fotos’ te llevamos a explorar desde la vida de pueblo y sus gentes hasta la belleza de la Laguna Negra y la Cascada La Virgen. La publicación colectiva incluye fotos de nuestros talentosos talleristas y participantes.
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Amo el páramo con todo mi ser. Nunca voy a olvidar lo que sentí la primera vez que fui.