Nuevas familias y futuros posibles
En el siglo XXI se están tejiendo lazos familiares inéditos que abren posibilidades antes impensadas para nuestra vida actual y futura
Hace poco, en un chat de amigos surgió una pregunta que me dejó pensando: ¿cómo será la vejez de las personas que no tenemos hijos? Éramos seis hombres hablando, la mitad sin hijos, quienes ya estamos entrando o avanzando en los cuarentas. Entre los argumentos fuertes a favor de ser padre que se mencionaron estaba tener una vejez acompañada. Uno de ellos —sin hijos pero con la inquietud de tenerlos— dijo que su tía le contó que no sabría cómo sería su vida sin sus hijos y nietos. La frase fácilmente podría haber salido de la boca de cualquiera de los abuelos, padres y tíos de las personas del chat.
Pero ¿es válida la afirmación para la gente de mi generación o de las siguientes? Mi respuesta provisional es que no. El sentir de la tía de mi amigo es cierto en parte porque construyó su vida futura —su vejez actual— alrededor de un concepto tradicional de familia: esposo-hijos-nietos. Sin embargo, hoy en día las familias están cambiando, no solo porque el promedio de hijos por pareja ha caído y algunas ni siquiera tienen, sino porque las tasas de divorcios y de personas solteras han aumentado. Además, el concepto mismo de familia se ha transformado.
La familia unida por lazos de sangre y matrimonio se ha ampliado para incluir a personas vinculadas por convivencia y afinidad. Así, a las familias nucleares, extendidas y multigeneracionales de antaño se le han agregado las familias monoparentales, reconstituidas y con padres del mismo sexo, por solo mencionar algunas. De hecho, el concepto se ha modificado tanto que ya hablamos de familias interespecie o integradas por seres humanos y mascotas como perros, gatos y aves. Para nadie es un secreto que, en muchas familias, los animales son los nuevos hijos y reciben tanto cariño y atención como lo tuvieron antes las crías humanas.
De manera que, en el mundo actual, no es necesario tener hijos para estar acompañados en la edad adulta (en realidad, ni antes ni ahora tener hijos ha garantizado la compañía en la vejez, pero omitiré ese “detalle” en la argumentación). Con las configuraciones familiares actuales, nuestra vida futura —y presente— puede ser compartida con seres con quienes nos unen vínculos de sangre, palabra, afecto o afinidad.
Sin perder de vista la importancia vigente de las familias tradicionales, me detendré —a manera de ejemplo— en algunos de sus tipos contemporáneos.
Empecemos por las familias elegidas o aquellas formadas por personas que, aunque no tienen lazos de sangre, se consideran mutuamente familia debido a los fuertes vínculos emocionales y de apoyo que han desarrollado. Las familias elegidas pueden o no vivir juntas. Hacen parte de este tipo, por ejemplo, amigos y amigas del colegio, la universidad o el trabajo con quienes seguimos en contacto y sabemos que estarán con nosotros en las buenas y en las malas. También las personas con quienes compartimos casa o apartamento por un tiempo.
También están las comunidades imaginadas, un fenómeno del que les hablé en el mensaje pasado de ‘Quietud y Movimiento’, y hacen alusión a grupos de personas que definen parte de su identidad por la pertenencia al grupo. Las comunidades imaginadas a las que he pertenecido suelen formarse en torno al consumo y creación de productos culturales, pero también pueden surgir alrededor del deporte, la religión, la política, la enfermedad y la identidad sexual, además de un larguísimo etcétera.
En el universo de los nómadas digitales se ha hecho popular una forma de alojamiento compartido en el cual las personas viven juntas en un espacio común, generalmente una casa o un edificio. A diferencia de una vivienda tradicional, donde cada persona tiene su propio espacio privado, en estos alojamientos compartidos —llamados colivings— se fomenta la convivencia y la colaboración entre los residentes. Este espacio no se limita únicamente a la vivienda, sino que también puede incluir servicios y comodidades adicionales, como limpieza, internet, espacios de coworking, actividades comunitarias y eventos sociales.
Los colivings en los que viven nómadas digitales y otros trabajadores remotos que deciden pasar un tiempo por fuera de sus lugares de residencia me han hecho recordar una forma de alojamiento compartido que experimenté cuando viví hace años en Australia. Se trataba de una casa en el centro de Melbourne en donde vivíamos unas 26 personas que dormíamos en cuartos compartidos y disfrutábamos de las zonas comunes. Para mí era como un hostal en el que la gente no se alojaba por días, sino por semanas, meses e incluso años. 206 —como nos referíamos al lugar por su dirección—, fue mi familia elegida, mi lugar seguro, pues allí hice parte de una red de inmigrantes con quienes aprendí inglés, salí de fiesta, cociné, viajé y conocí nuevas culturas. De esa experiencia hablé con más detalle en “Volver a la vida sencilla”, un texto para Peces fuera del agua que publiqué al inicio de mi vida nómada digital.
Otro tipo de familia del que he visto hablar recientemente es el cohousing. Se trata de un modelo de vivienda donde varios individuos o familias comparten espacios comunes mientras mantienen sus viviendas privadas. El cohousing promueve una comunidad más unida y colaborativa, en la que sus miembros comparten responsabilidades y recursos. He leído del tema sobre todo con respecto a personas mayores que viven en edificios o conjuntos residenciales, y quienes pueden tener allí la privacidad, la atención y el apoyo emocional que quizás no tendrían en un centro geriátrico o un rincón en la casa de sus hijos. Para vivir así, desde luego, hay que tener plata.
Mirando hacia el futuro cercano, vislumbro dos tipos de familias que podrían consolidarse: las cíborg y las de realidad aumentada. Las primeras serían una evolución de las familias interespecie e incluirían seres orgánicos e inorgánicos, como humanos, mascotas, robots y distintas formas de inteligencia artificial. Estas familias ya las hemos visto en películas como Star Wars (saga) con sus droides C-3PO y R2-D2, el Hombre Bicentenario (1999) con el robot sirviente Andrew y A.I. Inteligencia Artificial (2001) en la que un niño robot con inteligencia artificial es adoptado por una familia humana. Las familias de realidad aumentada serían una expansión de las comunidades digitales y estarían conformadas por personas que construyen fuertes lazos de amistad, afinidad y cariño con seres con quienes comparten experiencias en un universo paralelo completamente virtual. Quizás la película que mejor ha desarrollado esta idea sea Ready Player One (2018), una historia en la que la mayoría de las personas pasa su tiempo en una simulación de realidad virtual llamada OASIS y Wade Watts, el protagonista, construye una red de amigos —su familia en OASIS— para luchar contra una poderosa corporación.
Todas las formas de familia mencionadas comparten un elemento común que no podemos dejar de lado: la importancia del apoyo emocional y las redes de soporte para tener una mejor calidad de vida. Eso fue algo que mencionamos en el chat de amigos aquella vez que conversamos sobre el futuro sin hijos. “No importa cómo lleguemos a la vejez—dijimos—, pero no podemos estar solos”.
Como vemos, la modernidad líquida ha derretido incluso los cimientos de las familias tradicionales y ha abierto posibilidades inimaginables hace apenas unas décadas. Estas posibilidades permiten que personas solteras y casadas, con y sin hijos, jóvenes o adultas, diseñen su presente y su futuro de la forma en que más satisfacción les pueda generar.
En lo personal, ver las cosas de esta manera me genera tranquilidad en el presente y emoción por los futuros que puedan venir.
Con cariño,
Óscar Iván
Bogotá D.C.
Te puede interesar:
“Comunidades digitales”, mi mensaje anterior en Quietud y Movimiento (haz clic para leerlo)
“Volver a la vida sencilla”, el texto con que inicié en 2021 mi serie Vida nómada en Peces fuera del agua y en el que hablo de mi residencia permanente en una casa tipo hostal (haz clic para leerlo)
“10 conceptos para entender a los nómadas digitales”, un texto en el que hablé de las comunidades digitales, los colivings y la modernidad líquida, entre otros conceptos (haz clic aquí para leerlo)
Adiós, Chepita
Hace ocho días murió Chepita, mi hermanita menor, la compañía incondicional de mi mamá. Se fue demasiado pronto y sin previo aviso. Te extrañamos y recordamos con cariño. Gracias por tanto.
Quietud y Movimiento es una newsletter quincenal sobre viajes, literatura y tecnología desde la perspectiva de un nómada digital. Puedes consultar el archivo completo y leer otros de mis trabajos en el laboratorio creativo Peces fuera del agua. También puedes seguirme en Instagram y Twitter. ¡Gracias por leer!
Es un tema que me apasiona y a su vez me tiene sin dormir. Sin hijos y con cuarenta y cinco años, siento que voy perdiendo esa red emocional y no me es fácil encontrar mi comunidad de pertenencia. Y siento que es completamente necesario. La pregunta es en dónde se encuentran esas tribus nuevas.
Se ha hablado tanto de que la digitalización erosiona los lazos comunitarios, promoviendo un individualismo extremo y superficial, pero la tecnología también nos puede brindar un abanico de comunidades imaginadas digitales que pueden convertirse en pequeñas familias elegidas. A mí eso cada vez me mueve a pensar en la capacidad o incapacidad que tenemos los humanos para relacionarnos.