De la quietud en el movimiento
Sin los periodos de calma, la aventura no sería valorada igual
Queridas lectoras y lectores:
Hoy 1 de junio cumplo un mes de haber llegado a Bogotá, la ciudad en donde he vivido más de la mitad de mi vida y donde pasé los años previos al inicio del nomadismo. También es el lugar al que regreso cada cierto tiempo para visitar a la familia y los amigos, hacer cosas de “ciudad” y descansar del viaje.
Vine jalonado por el cierre de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo). Era su penúltimo día y quise aprovechar el lunes festivo para divagar por los pabellones de Corferias, el recinto ferial más importante del país. Pero no fue una gran experiencia, en parte por la Feria misma, en parte por mí. No encontré ninguno de los libros no-comerciales que buscaba y el tiempo no me alcanzó para recorrer con calma los estantes y entrar a algunas charlas. Salí con la impresión de que me perdí la mejor parte de la Feria ―los eventos programados―, pues los libros que se vendían eran los mismos que se consiguen siempre en las principales librerías de la ciudad (con la excepción del pabellón de librerías independientes).
Los siguientes días fueron muy emocionantes, porque volví a compartir con mis amigos y familia. Hubo un asado para celebrar el cierre de un doctorado, una tarde de choriperro para despedir la vida en un apartamento, un sancocho de gallina hecho por mi mamá (mi favorito en el mundo). También hubo algunas comidas en restaurantes internacionales, algunas idas a cine, algunas visitas adicionales a librerías. En últimas, había llegado a Bogotá con sed de ciudad, con ganas de hacer lo que en los pueblos no se puede.
La emoción de la vida urbana, sin embargo, se me está agotando cada vez más rápido… Con el paso de los días, una vez he hecho el tipo de cosas de las que les hablé, tiendo a encerrarme, a ser absorbido por la rutina, a apagar de cierta forma el espíritu aventurero. Me suele pasar que el tiempo en la ciudad se me reduce, se me encoje, me alcanza para menos que en los pueblos. Y, por supuesto, dejo de hacer cosas que me agradan y me llenan de energía, como caminar por la naturaleza y al aire libre. En Bogotá los desplazamientos suelen ser largos, porque es una ciudad grande y, sobre todo, porque tiene un pésimo sistema de transporte (algo que siento mucho más ahora que me quedo bien al norte de la ciudad). El resultado es que me da pereza salir de casa. Me “enchoncho”, como decimos aquí.
En la rutina citadina también me pasan cosas chéveres, desde luego; he disfrutado mucho hacerme el desayuno y la cena. Nada muy elaborado, pero sí cosas que me gustan y que no puedo hacer cuando estoy durmiendo en hoteles. A decir verdad, esa es una de las cosas que extraño cuando estoy de viaje: tener nevera y cocina (algo que podría solucionar quedándome en un Airbnb, pero, como suelo viajar solo, prefiero estar en hoteles y hostales). Los tiempos de cocina, junto con las caminatas vespertinas por los parques del barrio, los aprovecho para escuchar podcasts, así que me he puesto al día con algunos programas que me gustan (recomiendo mucho La Segunda Muerte del Dios Punk, Tercera Vuelta y La historia es ayer). En las noches también he aprovechado para ver películas y series, algo que muy pronto en esta vida nómada descubrí que no puedo (no debo) dejar de lado (Chimp Empire y Succession me parecieron excelentes y muy sugestivas. Amé Super Mario Bros, porque me devolvió a la niñez y me hizo reír).
Aunque me siento un poco apagado, soso, desabrido, he alargado la estadía en Bogotá porque he tenido asuntos familiares y personales que atender. Estar por fuera del lugar donde ocurren tus cosas y donde está tu gente, estar de viaje, es estar en una burbuja personal y familiar que a veces explota y debes afrontar. Hace unas cinco semanas, por ejemplo, tuve que dejar Pijao, el pueblo en donde fui muy feliz y del cual les hablé brevemente en una carta anterior, porque empeoró una muela que me venía molestando y tuve que hacerme ver de un especialista en Ibagué. Al final, la perdí. No sé si suena a gran cosa o no, pero la pérdida me golpeó emocionalmente: es la primera pieza dental que pierdo y fue una cachetada de realidad. Menciono esto, pues es posible que, si hubiera estado viviendo en una ciudad y hubiera atendido el asunto recién surgió meses atrás, la muela todavía estuviera conmigo.
Por todo lo dicho, mis días de ciudad empiezan a terminar. Terminan porque ya estoy culminando lo que tenía que cerrar y porque ―como ya debe ser evidente para ustedes― el viaje me llama. El movimiento me llama. La naturaleza me llama.
Pese a lo que puede parecer, siento que los momentos de quietud son tan importantes como los de movimiento. Los unos son el complemento de los otros, y sin la existencia del uno, el otro no podría ser disfrutado plenamente. Soy consciente de que siento el llamado del viaje porque me di la oportunidad de bajar el ritmo y descansar. Con seguridad, en unos meses les hablaré de mi agotamiento del movimiento y de cómo ansío unos días de descanso… ¡Nada que hacer! La vida es así: cíclica. Cambiante. Alternante. Y afortunadamente es así. No me gustaría vivir en una matrix de perfección.
Paro aquí y retomo dentro de 8 días en la que será la entrega 26 de Quietud y Movimiento (o sea, ¡la celebración de sus primeros 6 meses!).
Con cariño,
Óscar Iván
Avisos parroquiales
Este sábado 3 de junio a las 4:00 pm COL, nos reuniremos de nuevo en el Taller online de Literatura y viajes que dicto en la librería Casa Tomada. Conversaremos acerca de Mi alma se la dejo al Diablo, el segundo libro de narrativa de no ficción de Germán Castro Caycedo. Y, ocho días después, el sábado 10 a la misma hora, será la sesión final del Taller y hablaremos sobre Cuentos amazónicos, de Juan Carlos Galeano. Me harías muy feliz si me acompañas. Consulta aquí la información.
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De todas las cosas profundas que dices, quiero detenerme en lo de la muela. Mai friend, vivir en una ciudad no lo salva a uno de perder piezas dentales jajajaj. Dímelo a mí, alias, Juliana chimuela.
Hola, ¿donde encuentra mayor información sobre los talleres que mencionas?