Cuando se es niño, se mira hacia adelante. Todo está por hacerse.
Cuando se es viejo, se mira hacia atrás. Lo que fue ya fue.
A los 40 —dicen, espero—, se está a mitad de camino. Ya se ha sido. Ya se es. Todavía se puede ser alguien más.
Hasta hoy, he sido varios Óscars; he sido gamer, devoto, modelo, lector, monitor, asistente, profesor, investigador, inmigrante, cleaner, consultor, director, coordinador, voluntario, traductor, redactor, viajero, nómada.
Algunos de esos Óscars los sigo siendo. Uno, como un sol, es el eje de gravitación del resto.
Muchos otros quisiera ser. Esa es una de mis motivaciones principales para seguir adelante.
Dos o tres quise ser y ya no fui. Pequeñas frustraciones con las que debo vivir.
Por estos días me ando preguntando —curioso, intrigado— quién seré en 5, 10, 20, 40 años. ¿Seré el que soy, el que quiero ser, el que fui?
Antes que nada, ¿seré en 5, 10, 20, 40 años?
De pequeño, me preguntaba si uno siempre sería el mismo. Si, como en las historias antiguas, el héroe siempre sería héroe y el villano siempre villano.
Ahora sé que no.
¿O sí?
Resulta paradójico que cambiemos a lo largo de la vida, pero al mismo tiempo sigamos siendo. Ya no soy el que fui en otras etapas vitales, pero sigo siendo Óscar Iván.
¿Qué de mí permanece? ¿Qué de mí ha cambiado?
Se me ocurre que, si me encontrara con un amigo del colegio o la universidad que no hubiera sabido de mí en 20 ó 30 años, podría no reconocerme.
No me refiero a lo obvio, las arrugas en los ojos, la barba canosa, la alopecia creciente, los kilos de más, las camisas floridas, sino a lo que no se ve, a mi esencia, a mi ser.
Nada en mi yo colegial o universitario apuntaba a la persona apasionada por los viajes, el audio y la fotografía que soy hoy. En los Óscars de ese entonces sí había mucho del amante de la lectura, el conocimiento y la escritura que sigo siendo.
¿Qué ha hecho que permanezca en mí lo que permanece? ¿Qué ha hecho que cambie lo que ha cambiado?
Ese ser que empecé a formar en el bachillerato y que consolidé en la universidad estaba bastante encarrilado. Ese Óscar estudioso con ganas de dictar clases y publicar libros iba a ser —si todo lo demás permanecía constante— un profesor e investigador universitario.
Y lo fue.
Ese Óscar enseñó, investigó y publicó libros, artículos y manuales.
Entonces, ¿qué pasó?
La respuesta es sencilla: como un tren, cambió de carril.
Haciendo lo que se suponía que debía hacer para llegar a la próxima estación de la ruta académica —aprender inglés, empaparme de mundo, alfabetizarme en lo digital—, terminé, sin buscarlo, sin esperarlo, en una ruta impensada. A la par, la vida —porque quiso, porque pudo, porque no le dio miedo— provocó otros choques que profundizaron la transición inicial.
Poco a poco, el tren vital se fue alejando de la estación a la se dirigía en los primeros años y ahora está en un territorio harto distinto. Por fortuna.
Entonces, ¿qué pasó?
Todo lo demás no permaneció constante.
Sentirme satisfecho con el cambio de ruta no quita que hoy, en el balance vital al que me invitan los 40, me pregunte quién hubiera sido de no haber cambiado de carril. ¿Qué tan distinto sería al ser que soy hoy? ¿Tendría esposa, hijos, casa, carro y muchas deudas? ¿Sería feliz?
Eso no lo sé. No es posible saberlo.
Lo que sí sé es que el Óscar Iván de hoy no se cambiaría por el de ayer.
Y por fortuna es así: no hay forma de retroceder el tiempo.
Lo que fue ya fue.
El último año me he preguntado si he vivido la mejor vida que podía haber vivido.
No es una pregunta fácil.
Vivir la mejor vida que pude haber vivido significa que, dados mis gustos, mis recursos, mis restricciones, siempre y en todo momento viví lo mejor posible.
No es un reto fácil.
Visto así, la respuesta es clara: no, no he vivido la mejor vida que pude haber vivido.
He vivido una buena vida, pero podría haber sido mejor.
(Vivo una buena vida. Puede ser mejor).
No me lo pregunto para darme golpes de pecho y decirme qué mal lo has hecho, qué hiciste con tu vida. Más bien lo hago para pellizcarme y decirme qué te pasa. Aprovecha lo que eres. Deja de amargarte por lo que te falta. No caigas en esas trampas fáciles de la vida.
Al fin y al cabo, mi apuesta por el nomadismo digital, por una vida itinerante, desprendida y desarraigada, fue una jugada por elevar mi satisfacción personal. Por conciliar mejor la vida que quería con la que tenía. Por ser una persona más feliz.
La felicidad a veces se presenta como la acumulación de pequeños grandes placeres.
Levantarse sin despertador. Tomar un café endulzado con el canto de las aves. Caminar por las calles de un pueblo sin semáforos. Desayunar huevos revueltos con arepa y chocolate. Sentarse en la banca de un parque a la sombra de un árbol. Sentir la brisa en la cara. Escuchar la canción tarareada en la ducha. Leer las páginas de un libro. Escribir las de otro.
La felicidad a veces se presenta como la realización de pequeñas grandes hazañas.
Llegar al borde de nieve de tres picos en la Sierra Nevada de El Cocuy. Encontrar la Ciudad Perdida de los Tayrona en la Sierra Nevada de Santa Marta. Surcar los 800 kilómetros navegables del río Meta. Fotografiar el encuentro de tres aguas en la Estrella Fluvial del Inírida. Atravesar en lancha el raudal de Maipures, la “octava maravilla del mundo” según Humboldt. Observar las ventanas de la princesa Inírida en los Cerros de Mavicure. Pisar el extremo más norte de Sudamérica. Caminar por las calles de Macondo. Recorrer las rutas de La vorágine. Descubrir al verdadero Fitzcarraldo en los ríos del Amazonas peruano.
El nomadismo digital me ha permitido salir al encuentro de estas experiencias de felicidad en cada viaje. Y hacerlo con mayor frecuencia. Ahora el viaje es parte de mi cotidianidad. Ha dejado de ser un evento ocasional de fines de semana, Semana Santa o fin de año.
En la vida nómada no todo es color de rosa, por supuesto. También hay —para sorpresa de nadie— incertidumbres, inseguridades, dudas, soledades, sacrificios, renuncias, fracasos, decepciones. La vida nómada, aunque itinerante, cambiante, mutante, sigue siendo vida.
En los últimos cuatro años de nomadismo me he sentido mejor que en los años previos de residencia fija. Fui particularmente feliz durante los dos primeros, un tiempo en el que la experiencia fue novedosa, excitante, incluso insólita, y el trabajó fluyó sin mayores obstáculos.
En los últimos dos años, las cosas han cambiado un poco. El trabajo, la familia y la vida personal a veces se desajustan. Por eso este año estoy rebarajando las cartas. Recalibrando las coordenadas del viaje. Planeando un nuevo cambio de carril.
¿Qué se siente cumplir 40?
En mis 20s, pensé que iba a ser terrible llegar a esta edad, ser un viejo a la luz de esos ojos.
Pero ahora que he llegado no lo veo así. No lo siento así.
Mentiría si dijera que no me duele ver la juventud irse como agua entre las manos. Que prefiero el cuerpo de hoy al de hace veinte años.
Sí valoro mucho lo que los años me han dado a cambio: resiliencia, coraje, valentía, sosiego, integralidad, libertad, inteligencia emocional, valoración del otro. En una palabra, mayor madurez (aunque todavía falta).
De hecho, siento que llego a los 40 en una mejor condición emocional que la que tenía cuando llegué a los 30.
Los primeros 30s fue una época de ansiedad, inseguridad y deseos insatisfechos difícil de lidiar.
Y ni hablar del torbellino de los primeros 20s.
Por eso, me parece coherente que la etapa vital de mayor felicidad no sea la niñez, ni la adolescencia, ni la adultez temprana, ni la adultez siguiente, sino la vejez. Sí: la felicidad tiene forma de U y el pico máximo —dicen algunos estudios— se alcanza después de los 60.
Así que la vida va bien y puede mejorar.
Con cariño, el de 40 más un día,
Oscar Iván
Escrito en Orocué, Casanare; enviado desde Cartagena, Bolívar.
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Reconocimiento y recomendación
El texto de hoy está muy influenciado, en forma y contenido, por la lectura de Antes que nada, las memorias de Martín Caparrós. Martín es un viajero, cronista y novelista argentino que tenía en el radar desde hace mucho tiempo, pero cuyos libros no había leído. Sí lo había escuchado en entrevistas, conversatorios y conferencias. ¿Por qué no había leído sus libros? Voy a ser muy honesto: me parecía una persona difícil, por no decir sobrado y arrogante. Aunque todavía lo veo un poco así, he podido conocer otras de sus facetas. Me atrajo el Martín maestro de viajes, periodismo y escritura. De acuerdo con la percepción que él tiene de su propia obra, quedo con ganas de leer las ficciones No velas a tus muertos (su ópera prima), Los Living (ganadora del Premio Herralde) y La historia (la luz de sus ojos, su intento de novela total). Dentro de sus obras de no ficción, me interesan en El hambre (quizás su libro más reconocido), Ñamérica (un intento por entender la América Latina que habla español) y Una luna (reflexiones e historias de un recorrido intenso por el mundo). Para conocer más del autor y su obra, lean la entrevista en la que Martín hizo público que sufre de una enfermedad degenerativa muy extraña que lo está envejeciendo de forma acelerada y pronto —en dos, tres, quizás cuatro años— paralizará sus pulmones. La entrevista es de su amigo Jorge Carrión y se puede leer aquí.
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Felices 40
Felices 40 Óscar Iván! precioso autorretrato; representa tu esencia completamente. Que se vengan otros tantos años maravillosos.