El año pasado me encontré con un compañero de mi época de estudiante universitario y de profesor novato. No lo veía desde hacía unos años. No sé exactamente cuántos. Quizás cuatro o cinco. El número no importa. Lo que sí importa es la sorpresa que sentí al verlo. En él vi a la persona que yo iba a ser, de adulto, cuando tenía quince años. Pelo corto bien peinado. Saco de lana con cuello en V. Camisa a cuadros metida dentro del pantalón de dril. Zapatos de cuero embetunados. La encarnación del hombre de letras, de famlia, de casa.
Ese trayecto vital que estaba recorriendo se vio reforzado por mi primer año de economía en la Universidad Nacional. Allí, por fin, me sentí entendido y acogido; allí, por fin, tuve con quien conversar acerca de los libros y las películas que tanto me interesaban; allí, por fin, hice parte de un grupo de personas con quienes compartía gustos intelectuales y podía hablar abiertamente de ello. Quizás por eso amé a Bogotá desde el primer momento y me distancié más de Ibagué, la ciudad en donde había crecido y de la que nunca me había sentido parte.
Para bien o para mal —aunque en mi caso, más bien que mal—, la vida a veces se encarga de cambiar de carril al tren en que vamos viajando.
El primer choque que me hizo cambiar de ruta fue causado por mis amigos del barrio en donde crecí y mis primeros amores. Sobre todo el tercero. El de undécimo grado y el primer semestre de universidad. Junto a ellos empecé a vivir una doble vida: de lunes a primera hora a viernes hasta caer el sol era el estudiante juicioso y aplicado que reconocí en mi compañero; de viernes en la noche hasta terminar el domingo era un estudiante que gozaba su juventud y libertad. Durante el segundo año de universidad le cogí verdadero gusto a la fiesta, al trago y a parchar con mis amigos y mi novia. Algo que antes me había negado en Ibagué. Y resultó clave para mi vida futura, pues fue el factor que generó la primera grieta en el hombre unidimensional que era.
Después vinieron los viajes. Los benditos viajes. Y con eso lo que era una pequeña grieta se fue agrandando, poco a poco, hasta convertirse en un orificio inmenso y profundo que ya no pude contener más. Los viajes no solo me enseñaron a disfrutar más la vida, a desconectarme temporalmente de los libros y la propensión a veces incontrolable por ser productivo, sino que me adentraron a nuevos goces como el viaje mismo y a nuevos lenguajes, como el fotográfico. Desde entonces, no soy el que era. Pero tardé un buen tiempo en convertirse en el ser que soy ahora.
Otro descarrilamiento cuyos efectos no vi venir en un principio fue causado por mi vinculación a Peces fuera del agua. Cuando iniciamos el proyecto, yo era prácticamente un analfabeta digital. Usaba el mínimo indispensable de los programas de Microsoft y los servicios de internet. Era finales de 2015 cuando se empezó a gestar la idea; fue febrero de 2017 cuando la hicimos pública. En ese entonces, solo leía libros y revistas impresas y no conocía los productos digitales más populares. ¿Blogs? ¿Páginas web personales? ¿Foros en línea? ¡¿Qué era eso?! Yo solo usaba Facebook y Gmail.
Los viajes y Peces formaron una relación simbiótica que terminó sacando a la superficie algo que siempre, en mi interior, había anhelado ser: un narrador. En Peces pude experimentar un tipo de escritura diferente a la que me habían enseñado en las aulas de clase —rígida, seca, formal— y mezclarla con las fotos que ya empezaban a ser el eje articulador de mis viajes. Allí también pude impregnarme de las ideas y las búsquedas de otros, especialmente de las mujeres que me han enseñado tanto.
La vida nómada que ahora llevo no hubiese sido posible si no hubiera ocurrido lo que les he contado. Soy el resultado de la reacción en cadena que generaron factores que no siempre fueron provocados deliberadamente por mí. Hay cosas que llegan a la vida desde afuera y otras que uno genera desde adentro. E incluso los efectos futuros de las cosas que uno genera a voluntad son imposibles de controlar por completo. Inicié mi primer viaje internacional con el objetivo de aprender inglés para hacer un doctorado en el exterior y el viaje sembró en mí la semilla que, años después, brotó y me alejó de la academia. ¡Ah, vida paradójica!
Debo aceptar que volver a ver a mi antiguo compañero de universidad el año pasado también me generó un placer inmenso: fui feliz por no haberme convertido en la persona que iba camino a ser. No creo que haberme consagrado a los libros, las clases, la casa, la mujer y los perros fuera la senda vital que me hubiera hecho más feliz. Quizás en mí, muy profundo y oculto, siempre estuvo el espíritu del viajero y el creativo en que me he convertido. Solo hacía falta que los amigos y las mujeres y la fiesta y los viajes y una plataforma digital lo liberaran. Y me alegro que haya pasado. Porque esta es la vida que he elegido vivir —el carril que he decidido transitar por gusto—, no el que me tocó recorrer por defecto.
De vuelta,
Óscar Iván
Bogotá, D. C.
Encuentros de Mentes: cómo ser un pez fuera del agua
La nota de hoy fue inspirada por la charla que sostuve con mi amigo
en su podcast Encuentros de Mentes. Allí hablamos de mis primeros viajes, la experiencia nómada digital y los proyectos creativos que he emprendido dentro y fuera de Peces fuera del agua. Carlos me hizo recordar —y volver a sentir— que un viajero vive muchas vidas. Yo ya voy por mi tercera. Me emociona pensar que más adelante vendrán nuevas vidas, otras vidas, vidas aún inciertas e indefinidas. Apenas en gestación. Escuchen la “plática”:Nómadas digitales: un panel en Radio UNAL
“Trabajan desde cualquier lugar y han sido bienvenidos y hasta atraídos por ciudades que ven en ellos una forma de impulsar sus economías. Pero sus impactos amenazan a los lugareños económica y culturalmente ante la indiferencia de las autoridades. ¿Qué hacer con estos trabajadores remotos?”. Así presentan el panel al que me invitaron a participar hace unas semanas. Y lo disfruté mucho. Fue una charla en la que yo aporté la mirada personal, la del nómada, y profesores y profesoras aportaron la mirada técnica con cifras y estudios. Al final, hablamos de calidad de empleo, gentrificación, transformaciones del mundo laboral y otros temas relevantes. Me gustó mucho volver a casa, volver a la UNAL, y hacerlo desde el audio, mi nueva pasión. Escuchen la grabación:
Ya está en preventa “Saltos al vacío”, el primer libro impreso y colectivo de Peces fuera del agua
“Saltos al vacío” es el proyecto más ambicioso que hemos realizado y que he liderado en Peces. No solo es un libro-objeto tamaño carta, full color y papel fino, sino que reúne el trabajo de 43 artistas que decidieron salir de su zona de confort y jugar con las metáforas que alberga nuestro nombre a través de la escritura, la fotografía y la ilustración. 240 páginas en las que cada quien encontrará su refugio y su inspiración. También es nuestra primera gran apuesta por salir de las pantallas y generar ingresos para ser sostenibles. Me harían muy felices con su compra. Puede ser para ustedes o para otros. El libro es un gran regalo de Navidad. Compren “Saltos al vacío” con el 15% de descuento hasta el 16 de diciembre:
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