Orocué le rinde homenaje a 'La vorágine'
Algunos viajes nos permiten entender mejor el origen de las obras maestras
Llegué a Orocué en la madrugada gris del 2 de junio del año pasado por decisión propia del viaje. El municipio era la primera de las cuatro paradas que iba a hacer en el recorrido por el río Meta que va desde Puerto Gaitán, en el corazón de Colombia, hasta Puerto Carreño, en los límites con Venezuela. Casi 800 km de llano parejo a lado y lado. Este era el trayecto inicial que me llevaría hasta el Parque Nacional Natural El Tuparro, ubicado aguas arriba por el Orinoco, un río que nace y muere en Venezuela y que, en esa zona, divide en dos lo que antes fue un sólo país.
La embarcación estacionó en el pequeño muelle y los pasajeros nos bajamos a desayunar en el restaurante que quedaba justo al frente. Algunos pidieron caldo de costilla o de pescado; otros huevos revueltos con arroz o bandejas con carne, pollo o pescado que bien podrían ser almuerzos. Al terminar, todos, salvo yo, se montaron de nuevo en la lancha grande de tres motores que transporta personas y mercancías, y que en la región llaman ―con cierta pretensión― “yate”.
Me quedé en el pueblo sin saber qué podía encontrar allí. Me quedé llevado por el deseo de conocer un poco más la cultura llanera. Me quedé sin conocer que Orocué era la cuna de La vorágine, la novela de José Eustasio Rivera publicada en 1924 y que, para algunos críticos, es la gran novela de Colombia, el universo literario que lo contiene todo.
Parque La Vorágine
En 2021, la Alcaldía de Orocué inauguró la remodelación del Parque La Vorágine, un lugar que rinde homenaje a la novela y a su autor con una estatua de Rivera, cuatro esculturas que recrean escenas de La vorágine y un letrero con el nombre de la obra.
En el centro del Parque, sobre un pedestal cilíndrico y con un libro abierto en las manos, el escritor mira hacia la Casa Museo, el lugar en donde vivió por casi dos años, y el río Meta, el mismo sobre el que se erigió el que fue el puerto fluvial más importante de Casanare y por el que se movían mercancías provenientes de distintos países de Europa ―Francia, Alemania, Italia, Inglaterra―, primero por el río Orinoco y luego por el Meta, durante el auge económico de la región a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La vorágine habla de la explotación del caucho en la región amazónica y el daño que causó la actividad en la naturaleza y las comunidades indígenas. Su historia gira alrededor de Arturo Cova, quien primero emprende un viaje de amor por los Llanos orientales, luego uno de venganza por la Amazonia y, finalmente, uno de redención.
Las cuatro escenas recreadas por el artista Miguel Roa Iregui se encuentran en la Primera Parte del libro. Allí se narra el establecimiento inicial de Arturo y Alicia, su pareja, en la Orinoquía, y se configura el conflicto que los terminará metiendo en el centro de la vorágine del caucho. Estas páginas se construyen sobre el lenguaje, los hábitos y las costumbres de los llaneros e indígenas de la época y, por tanto, es una suerte de etnografía novelada. También tiene descripciones bellísimas ―y muy poéticas― de amaneceres, animales y paisajes llaneros. Dice, por ejemplo:
Y la aurora surgió ante nosotros: sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se adormecieron, y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí.
En orden cronológico, la primera escultura muestra a Cova tirado en una hamaca y se inspira en un fragmento que dice así: “Aquella noche, la primera de Casanare, tuve por confidente al insomnio”. La segunda recrea la llegada de la pareja a La Maporita, la hacienda donde se hospedan por un tiempo y conocen a dos personajes cuya importancia crecerá a lo largo del libro: Fidel Franco y su pareja, la niña Griselda. La tercera escena, titulada “El Jaripeo”, muestra a un hombre montado sobre un potro y captura el ritual con que someten, a pelo, al animal salvaje. En palabras de un Cova asombrado, este pasaje del libro dice así:
Sacudióse con berrido iracundo, coceando la tierra y el aire en desaforada carrera, ante nuestros ojos despavoridos, en tanto que los amadrinadores lo perseguían, sacudiendo las ruanas. Describió grandes pistas a brincos tremendos, y tal como pudiera corcovear un centauro, subía en el viento, pegado a la silla, la figura del hombre, como torbellino del pajonal, hasta que sólo se miró a lo lejos la nota blanca de la camisa.
“El incendio”, la última escultura, captura el momento en que Franco, llevado por la ira que lo embargó enterarse de la presunta fuga hacia la selva de la niña Griselda y Alicia, le prende fuego a su propia casa en La Maporita. Con este acto, y la firme decisión de los hombres heridos de “perseguir a las fugitivas hasta vengar la ofensa increíble”, cierra la Primera Parte.
Casa Museo La Vorágine
En la Casa Museo La Vorágine se pueden conocer aspectos interesantes de la vida y obra de Rivera, la historia de Orocué y la cultura en los Llano orientales. Sus puertas se abrieron al público en enero de 2018, gracias a la gestión de la Fundación Isana y la inyección de recursos públicos, y su concepto se construyó en torno al poeta, quien, entre 1918 y 1920, vivió en la casa de la familia Amézquita.
Rivera, oriundo del departamento del Huila y graduado como abogado de la Universidad Nacional de Colombia en 1917, llegó a Orocué para atender un conflicto de herencia de tierras ―su especialidad en el Derecho― y jalonado por el aire de puerto internacional con notarías que tenía el pueblo.
Según cuentan en la Casa Museo, durante su estancia, Rivera conoció la cultura de la región, su flora, su fauna y, sobre todo, la historia de amor de una pareja que inspiró la de su novela. “Por eso sabemos que en Orocué se gestó La vorágine”, dice Carmen Julia Mejía, presidenta de la Fundación Isana; por eso, en octubre de 2020, el Congreso adoptó la Ley 2059 mediante la cual se declara a Orocué como Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación, “exaltando su condición de cuna de la obra literaria La vorágine”.
Orocué es mencionada siete veces en la novela, pero ninguno de sus personajes principales la visita en persona. La imagen que se pinta del municipio es la de epicentro del comercio y el hogar de la “autoridad”, un comercio y una autoridad que, dicho sea de paso, no salen muy bien librados, pues los comerciantes estafan a los indios que venden las pocas pertenencias que le quedan a Franco tras el incendio y el Juez es un corrupto que trabaja para el mejor postor.
De los espacios expositivos de la Casa Museo, el que más me llamó la atención fue el que acoge las acuarelas de escenas de La vorágine hechas por adolescentes de la región con el acompañamiento de la Fundación. La muestra me sorprendió, no solo porque cuenta con algunas pinturas muy bien logradas, sino por la apropiación implícita que tiene de la obra, la región y un capítulo nefasto ―y aún no superado del todo― de la historia nacional y capitalista. Las ilustraciones cuelgan de las paredes del espacio más amplio que tiene la Casa, justo después del corredor de entrada y al lado del patio abierto.
Las interpretaciones de la segunda y tercera partes de La vorágine me permitieron imaginar los viajes de Cova y Franco y de Alicia y la niña Griselda por las entrañas de la región amazónica, los embrujos de la selva a los recién llegados y los daños causados por los hombres del caucho a la naturaleza, los indígenas y los “enganchados” (o personas traídas de otras regiones para explotar el caucho).
“¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo que hizo mi mano contra los árboles puede hacerlo contra los hombres!”, se lee en uno de los pasajes más citados de la obra. Y efectivamente los caucheros lo hicieron. En medio de uno de los recorridos selváticos en los que don Clemente Silva guía al sabio francés ―un naturalista que fue a estudiar el territorio y terminó desaparecido por ver, registrar y contar lo que “no” debía―, las cicatrices de los árboles hechas por la mano del cauchero se comparan con las marcas que la misma mano deja en los cuerpos de hombres y mujeres. Dice don Clemente:
―Señor, diga si mi espalda ha sufrido menos que ese árbol.
Y, levantándome la camisa, le enseñé mis carnes laceradas.
Momentos después, el árbol y yo perpetuamos en la Kodak nuestras heridas, que vertieron para igual amo distintos jugos: siringa y sangre.
El ansia de venganza de Cova se transforma en un deseo por denunciar los crímenes que ocurren en la explotación del caucho y salvar el territorio de esas atrocidades. Por eso, en un libro de cuentas cuyas páginas están en blanco ―porque el saldo de la deuda de los trabajadores siempre está a favor del empresario―, Cova escribe la historia que, gracias a don Clemente y al mismo Rivera, llega a manos del Cónsul y de las suyas, a las nuestras.
El viaje ―caprichoso como es― decidió poner a Orocué en mi camino y a La vorágine, dentro de mis lecturas devotas. Con ello dio un nuevo impulso al deseo de explorar a profundidad las relaciones que se tejen entre la literatura y los territorios, un deseo que había nacido en 2021 con la visita a la Aracataca de Gabriel García Márquez y la Lorica de Manuel Zapatalla Olivella y que, a manera de cierre de ese viaje en curso, agregó parte de la ruta que siguieron Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland por el río Orinoco. De esas experiencias fascinantes les hablaré más adelante.
Con cariño,
Óscar Iván
Bogotá D.C.
Para seguir explorando La vorágine
La Universidad de los Andes publicó el pasado enero La vorágine: una edición cosmográfica, cuya curaduría académica estuvo a cargo de Margarita Serje y Erna von der Walde. De esta edición extraje todos los fragmentos citados. Conozcan el libro aquí.
En el podcast Paredro, Camilo Hoyos entrevista a Erna a propósito de la publicación del libro, que cuenta, entre otras cosas, con un estudio introductorio desde la perspectiva de las ciencias sociales y los estudios literarios, los mapas originales de Rivera y otros creados para la ocasión, y una recopilación de estudios para entender mejor la región orinoco-amazónica y la formación de la región como frontera extractiva. Escuchen el episodio aquí.
En “Zonas de difícil conexión” hablé de las complicaciones que tuve en mi viaje por los Llanos orientales para encontrar buen internet e hice una lectura de la desigualdades de Colombia desde ese perpectiva. Léanla aquí.
Esta crónica está basada en la clase que dicté en el taller de Literatura y viaje de la librería Casa Tomada. El 3 de junio, a las 4:00 pm COL, conversaremos online sobre el libro Mi alma se la dejo al Diablo, del periodista Germán Castro Caycedo. Me harías muy feliz si me acompañas. Consulta la info aquí.
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En el cole leí .. “La vorágine”; en la U .. “Perdido en el Amazonas y Mi alma se la dejo al diablo”; en el trabajo ... “El Río”, y muchos más de estos y otros autores ....Pero que buenos viajes literarios y etapas de la vida, marcadas por la Amazonia, los indígenas, el caucho y la coca. En el Rio, el valle del Sibundoy es magia pura ✨.
Justo ayer escuche en el podcast paredro "La vorágine. Una edicion cosmográfica"
Y por supuesto me acercará a mi biblioteca de confianza a buscar volver a leer el clasico La Vorágine.
Y nuevamente gracias por llevarme a recorrer caminos a traves de tus letras en "Quietud y Movimiento".