Al principio, el viaje mochilero fue una necesidad. Si no hubiera sido así, barato, no habría podido viajar durante meses seguidos ni hacerlo en más de una ocasión. Y sin esa experiencia iniciática por fuera de Colombia, dificilmente me hubiera convertido en viajero. Nada en el antiguo Óscar-académico tradicional apuntaba hacia ese camino.
Mochilear pronto se convirtió en un gusto adquirido. Desde el primer viaje aprendí a disfrutar del andar con las mochilas encima, alojarme en hostales y salir a recorrer lugares con recién conocidos. Porque el viaje mochilero es, ante todo, un movimiento independiente, flexible y abierto. Un tipo de viaje en el que todas las decisiones, las grandes al igual que las pequeñas, dependen completamente de uno.
No fui un viajero de lujo antes de ser un mochilero. Nunca —ni antes ni ahora— me ha atraído la idea de encerrarme en un hotel a relajarme en el spa, comer en el bufet hasta el cansancio o salir de fiesta noche tras noche. Para mí, la exploración está por encima del hedonismo.
Viajar como mochilero me ha enseñado muchísimas cosas sobre la vida en movimiento, empezando por la más básica y necesaria: aprender a viajar. Mochileando descubrí cómo encontrar destinos interesantes, desplazarme de forma segura e informarme a medida que avanzo en el camino. Porque el itinerario del mochilero se construye al andar; casi nada está definido al salir de casa, salvo la fecha de inicio (y a veces la de llegada).
Mochilear también me ha enseñado a desprenderme de las pertenencias materiales. Andar por el mundo con solo aquello que cabe en las maletas que uno carga en el pecho y la espalda obliga a priorizar lo que se lleva. Al principio, uno piensa que todo lo necesario se va a quedar en casa. Después, uno se da cuenta de que carga mucho más de lo que usa con frecuencia. Contra todo pronóstico, sobran camisas, pantalones, zapatos, sacos, chaquetas, cámaras, accesorios… Y lo fundamental emerge del equipaje como la flor de loto en el pantano.
Con el nomadismo digital, he desarrollado un tipo de desprendimiento más profundo: el del territorio al que antes quise pertenecer. En este momento no quiero echar raíces en un lugar. No tengo ganas de comprar un apartamento en la ciudad ni tampoco de tener una casa en el campo. No me atrae la idea de ser parte de un espacio acotado y fijo. Hoy quiero ser un árbol caminante cuyas raíces se agarran de tierras cambiantes.
En mis primeros viajes sentí una fuerte atracción por las ciudades. Me fascinaba visitar museos, librerías y monumentos, y trataba de tachar todos los ítems de la lista de things to do de las guías de Lonely Planet. Mi yo viajero era, en esencia, una extensión de mi yo sedentario.
Por fortuna, eso cambió rápidamente. El viaje mochilero me invitó a salir de la ruta turística para adentrarme en lugares apartados y muchas veces rurales. Fue un llamado doble, pues fue una invitación a la aventura y también a la economía. Viajar por territorios rurales puede ser hasta un 50% más barato que hacerlo en grandes ciudades. En el campo, casi todo suele ser más barato: el alojamiento, el transporte, el mercado, los atractivos turísticos, los bares.
Durante las últimas dos semanas he estado en un hotel rural a las afueras de Mocoa, en Putumayo, y he podido volver a comprobar esta verdad: el campo estira tu plata. Ni siquiera el aislamiento y la lejanía de esta puerta a la Amazonia colombiana ha elevado los precios al nivel de Bogotá.
A pesar de las múltiples ventajas que tiene mochilear —muchas de las cuales no he hablado—, viajar pensando siempre en el presupuesto es bastante agobiante. Por eso con los años me he ido relajando y abriendo espacio para un gustico de vez en cuando. Bienvenido entonces un tour de tres días y dos noches por La Guajira, un almuerzo en el restaurante con mayor cantidad de estrellas en Trip Advisor y un fin de semana en un hotel con vista al mar.
Esto lo hago por el gusto de vivirlo y porque soy consciente de que muchas veces el mochilero “vitrinea” por el mundo como lo hace una persona sin plata que visita el centro comercial de moda. Sí, es verdad que esa persona estuvo allí, tomó un café y comió un helado, pero también lo es que volvió a casa sin la camisa que tanto le gustó y sin probar el plato cuya foto le hizo agua la boca. Esa sensación de ver el mundo desde el lado triste de la vitrina fue muy intensa en mis primeros viajes, porque fueron los más largos y los del presupuesto diario más reducido.
Cuando digo que soy una persona desprendida de lo material no quiero decir que no me importe el dinero. Para nada. Recibo con gusto todo el que llega. Es más, quisiera ganar más para poder viajar por más tiempo y con mayor comodidad (y bueno, también para comprar más libros y más tecnología). Esto, y asegurar un futuro cómodo para mí y los míos, son mis principales estímulos para intercambiar tiempo y talento por plata. Más allá de ésto, poco me importa.
¿En qué ando?
Cuidándome: me vine a mochilerar por el Putumayo para conocer más acerca del universo del que he estado leyendo durante el último año y complementar los viajes que ya hice por el río Orinoco y el río Amazonas. También he podido caminar por la naturaleza, bañarme en pozos de casadas y probar la medicina ancestral de la Amazonia. En un próximo mensaje les hablaré de esto último. Aún estoy procesando lo que está pasando…
Leyendo: Toá, de César Uribe Piedrahíta. Este sábado 6 de abril a las 11:00 am COL será el segundo encuentro online del Taller de literatura y viajes que dicto en la librería Casa Tomada. En esta ocasión, conversaremos sobre Toá, otro de los clásicos de las narraciones de caucherías cuya trama ocurre precisamente en los departamentos de Caquetá y Putumayo (no es casualidad que les esté escribiendo esto desde las afueras de Mocoa). Puedes acompañarnos este sábado o en los cuatro encuentros que faltan (nos vemos el primer sábado de cada mes). Haz clic aquí para conocer más.
Escuchando: Aguas da Amazonia, compuesto por Philip Glass e interpretado por el grupo Uakti. Buscando podcasts que abordaran temas de la Amazonia, me encontré con este maravilloso trabajo de uno de mis compositores favoritos. Con notas de música clásica, new age y jazz, Glass y Uakti nos llevan de viaje por las aguas de distintos ríos de la Amazonia brasileña. Les dejo mi tema favorito: Madeira river.
Gracias por leer,
Óscar Iván
Mocoa, Putumayo
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