—¿Cómo así que te robaron la cuenta de WhatsApp? —me pregunta toda persona con quien hablo acerca del tema.
—Pues así como suena. Alguien tomó posesión de mi cuenta y me sacó de la aplicación. Esa persona podía conversar con mis contactos y yo no —respondo.
—No sabía que se podía robar una cuenta de WhatsApp.
—Yo menos…
—¿Y para qué alguien se roba una cuenta?
—Se la roban para hacerse pasar por uno y pedirle plata a la gente.
—Qué paila… ¿Cómo te diste cuenta de que te habían robado la cuenta?
—Pues porque la aplicación me sacó y ya no pude volver a entrar… Al tratar de recuperarla, WhatsApp me bloqueó durante doce horas por haber intentado entrar demasiadas veces. Yo solo lo hice una vez y me bloqueó. Supongo que la persona que me robó lo hizo antes.
—¿Y a nadie le parecieron sospechosos los mensajes que recibían de tu cuenta?
—Sí, menos mal muchas personas se dieron cuenta de que algo andaba mal. Algunas me llamaron porque les pareció extraña la forma en que los saludé o les hablé. Y todavía más raro que les hubiera pedido plata.
—No, ¡qué susto! Pero tuviste suerte de que el ladrón no haya leído tus conversaciones y utilizado tus expresiones para enredar a la gente.
—Bueno, en realidad quien me robó no podía hacer eso, porque no tenía acceso al historial de los chats. Ese fue mi primer gran susto: que alguien accediera a mis conversaciones, videos y fotos, y quisiera usar la información en contra mía o de alguien más. Pero rápidamente encontré en internet que WhatsApp tiene un sistema de seguridad que impide acceder a la información desde un dispositivo distinto al de uno.
—Bueno, al menos tuviste un motivo de tranquilidad.
—Sí. Y uno grande.
—¿Qué hiciste cuando supiste que te habían robado la cuenta?
—Lo primero fue buscar información sobre cómo recuperar la cuenta. Pensé que podría hacerse de una, pero no. Y lo segundo fue llamar a mi familia y amigos cercanos para que no fueran a caer y le avisaran a otra gente.
—Ya recuperaste la cuenta, ¿cierto?
—Sí, pude recuperarla cuando se cumplieron las doce horas del bloqueo de WhatsApp. Para hacerlo, abrí la aplicación y seguí los pasos que siempre indican cuando uno va a ingresar desde un nuevo dispositivo. Ahí la persona que me robó quedó por fuera de la aplicación y yo entré.
—¿Así de fácil?
—Sí, así de fácil, pero doce horas después… Apenas entré activé la verificación en dos pasos, algo que no había hecho antes. Con esa doble verificación es más difícil que te roben la cuenta, porque, además de la clave que WhatsApp te envía por mensaje de texto, debes introducir otra que tú mismo defines.
—¿Y cómo se activa eso?
—Ah, es breve. Abre WhatsApp, toca los tres puntos de la parte superior derecha, luego ve a Ajustes y presiona Cuenta, y ahí aparece Verificación en dos pasos. Presiona y sigue las indicaciones. No te demoras dos minutos haciendo eso. Hazlo de una vez.
—Sí, sí, lo haré… Pero ven, ¿WhatsApp te ayudó a recuperar la cuenta?
—Qué va… WhatsApp no hizo nada frente a mis solicitudes de ayuda ni frente a los reportes de la gente que querían robar… Para hablar con alguien de la empresa, uno debe hacerlo desde dentro de la aplicación, algo que yo no podía hacer. Después de leer varios artículos, por fin encontré un mail al que escribí contando lo que pasó y pidiendo ayuda para recuperar la cuenta. La única respuesta que obtuve fue un mensaje de Gmail en el que me decía que el correo al que escribí, algo así como support-arroba-whatsapp-punto-com, tenía “fatal errors”. Envié tres mensajes y con los tres obtuve la misma respuesta.
—Uy, qué mierda.
—Así es. Esta experiencia me hizo comprobar que estamos totalmente desprotegidos frente a las grandes empresas.
—Lo he sufrido en carne propia.
—Bueno, ya te tengo que colgar.
—No, no, espera. No puedes irte sin antes contarme cómo te robaron la cuenta.
—Uy, eso me da un poco de vergüenza, pero te lo voy a contar… La verdad es que caí fácil en un engaño. Eran como las diez y media de la mañana del jueves pasado cuando me llegó un mensaje por WhatsApp en el que “WhatsApp” —o al menos eso creí— me decía que alguien estaba intentando acceder a mi cuenta. Y decía que si era yo, escribiera Sí, y si no era yo, escribiera No. Escribí No, y me empezaron a llegar notificaciones de WhatsApp en ventanas emergentes y seguí los pasos. El error más grave que cometí fue compartir por el WhatsApp el código que me llegó. Eso, y el no contar con la verificación en dos pasos activada, fue lo que permitió que otra persona entrara a la cuenta y me sacara.
—¡Ay, no!
—Sí, una cagada. No pensé que pudiera caer tan fácil, pero pasó. Y puede pasarle a otros…
—Claro, claro… Oye, olvidé preguntarte si alguien le envío plata al ladrón.
—Sí… una amiga alcanzó a enviar plata. Estábamos chateando justo antes de que me robaran la cuenta, así que ella no alcanzó a sentir el cambio de persona. El cuento que le echaron a ella y al resto de la gente fue que yo necesitaba hacer una transacción inmediata por DaviPlata o Nequi, pero el sistema estaba caído. Entonces les pedían que enviaran la plata y les decían que esa misma tarde yo se las devolvería…
—Qué mierda.
—Sí, total.
—Una última pregunta y te dejo ir: ¿qué aprendiste de esto?
—Aprendí que no hay que compartir las claves por ningún medio y que hay que activar la verificación en dos pasos en todas las aplicaciones posibles. Hasta donde sé, si esto me hubiera pasado con Instagram o Facebook o Gmail, la persona que me robó hubiera podido tener acceso a toda la información. A toda, toda.
—Uy, no. Eso sería realmente terrible. Además, creo que antes de enviarle plata a alguien hay que llamar a confirmar. A menos que te mande un mensaje de voz y puedas comprobar que es la persona que dice ser.
—Sí, cierto, eso también lo aprendí.
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