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Dos son los tipos de lugares en los que me he hospedado durante esta vida nómada: alojamientos pagos y hogares de amigos o familiares. En alojamientos suelo quedarme cuando viajo solo; duermo en hogares cuando visito sitios en donde hay gente cercana que se ofrece a hospedarme. Alternar alojamientos con hogares es una forma de cambiar periodos de soledad con momentos de compañía, algo que he comprobado me sienta muy bien.
Lo que más valoro de quedarme en el hogar de alguien es la oportunidad de conocerle más y compartir tiempo juntos. Con algunas de las personas que me han hospedado no tenía una relación estrecha antes de tocar sus puertas, pero eso ha cambiado desde entonces. Amigos y familiares lejanos se han vuelto gente cercana con quien me comunico con frecuencia e incluso visito de nuevo. Eso es justo lo que estoy haciendo en este viaje playero de comienzo de año.
Quedarse en el hogar de otra persona es una oportunidad para el intercambio de ideas y hábitos. El Óscar que se va no es el mismo que llega. Y lo mismo ocurre con mis anfitriones. En muchos he sembrado la semilla del podcast, los viajes y la vida libre. Y en mí han sembrado el interés por el ejercicio, la alimentación sana y las inversiones a futuro (algo que todavía me cuesta, pero sigo intentando).
Ahora que trabajo remoto mientras viajo, huyo a los cuartos compartidos. Lo hago por seguridad (ando con una maleta de tecnología), privacidad (no me gusta que me interrumpan cuando me siento a trabajar) y anclaje (es fácil caer ante las tentaciones que se dan en los hostales). Este es una de los grandes cambios que he tenido al pasar del viaje mochilero al viaje nómada digital: en el primero, dedicado el 100% del tiempo al ocio, me gustaba conocer gente en los sitios en donde me alojaba; ahora que dispongo de menos tiempo para viajar porque debo trabajar, me gustar estar concentrado y tener mi propio cuarto (esto no quita que haya paseos dentro del viaje en los que alojarme en hostales es la opción más atractiva y por la que he optado).
De ser posible, solicito a los alojamientos pagos que me garanticen lo siguiente:
Habitación con balcón o ventana exterior, pero que no dé contra una avenida principal, si es ciudad
Buena señal de internet en la habitación
Baño privado
Ventilador o aire acondicionado, si es tierra caliente
Mesa con silla para trabajar
Televisor
Dos almohadas: una delgada para la cabeza y una más ancha para las piernas
En los hogares a los que me invitan me acomodo a lo que me puedan ofrecer. Y me han ofrecido desde cuartos que no podría pagar en alojamientos, hasta sofá camas junto al comedor. Todo lo recibo con aprecio y cariño. Todo lo valoro y acepto.
En casa aprendí la importancia de contar con buena iluminación y ventilación. Me cuesta mucho estar en una habitación que no tenga ventana al exterior, aunque sea pequeña. Me gusta abrirla de par en par y correr las cortinas para que la luz y el viento se muevan a sus anchas. De ser posible, ubico la mesa junto a la ventana y me siento a trabajar. De cuando en cuando, me paro junto a la apertura y me concentro en lo que hay afuera. Mejor si es como en este momento: palmeras bailando con el viento, el sol a punto de fundirse con el mar, el cielo vistiéndose de rosa, el arrullo de las olas del mar.
Me gusta tener el televisor encendido mientras trabajo en cosas que no exigen atención plena. En el día busco partidos de fútbol de ligas europeas. Los pongo en un volumen suficientemente alto para no perderme las jugadas importantes ni los goles y al mismo tiempo suficientemente bajo para que no me distraiga de lo que hago. En las noches prefiero poner algún documental de naturaleza y alzar la vista de vez en cuando para ver paisajes y animales que algún día voy a conocer. Así me he antojado de la Avenida de los Baobabs, las Cataratas Victoria y la Reserva Nacional Masái Mara (la lista podría continuar hasta el infinito). Si la tarea que hago merece atención plena —como la escritura de este texto— debo apagar el televisor y poner música instrumental. La clásica es mi favorita para estos momentos, pero el jazz también viene bien.
Desde que soy nómada, me he vuelto más desordenado. Con el paso de los días, las cosas que cargo en las maletas empiezan a salir y no se vuelven a meter. Camisetas, pantalonetas, sacos, medias, bóxers, cuadernos, esferos, marcadores. Todo lo que llevo deja su lugar y no vuelve a él. Nunca imaginé que una de las cosas que iba a extrañar al no tener un lugar propio serían un clóset y una cesta para la ropa sucia…
Lo más difícil de encontrar en los lugares que visito, ya sean alojamientos u hogares, es un sitio adecuado para trabajar. No siempre hay un escritorio cómodo, ni una silla ergonómica, ni mucho menos una iluminación adecuada. Durante este periodo de vida nómada me he acostumbrado a trabajar en las condiciones que sean; he aprendido a no complicarme por eso… y a trabajar en lugares que antes no me había permitido, como la cama del cuarto o el sofá de la sala. Me acostumbré tanto que incluso ya se ha ido el dolor de espalda que me acompañó en los primeros meses de vida nómada.
Los viajes me han enseñado a amar y disfrutar la naturaleza. Para residir por un periodo relativamente largo prefiero las ciudades que los pueblos. Me gusta disponer de una oferta amplia de restaurantes, librerías, cines, bares y demás opciones de cultura y entretenimiento. Pero para viajar por unos días o semanas cada vez me inclino más por los pueblos rodeados de naturaleza. Mis favoritos son los de ríos y montañas, pero los de palmeras y playas no están nada mal. Me gusta hospedarme en hoteles o fincas remotas en las que los animales y la misma naturaleza acompañan el sueño y es lo primero que escuchas al despertar. Eso es arrancar con pie derecho el día (todavía más si es con una café recién hecho en la mano).
Recargado,
Óscar Iván
La Rada, Córdoba
En los 2 años y 11 meses que llevo como nómada digital, he dormido al menos una noche —y algunas veces, en más de una ocasión— en 72 lugares, 69 de los cuales han sido en Colombia y 3 en Perú. Las fotos que les acabo de compartir son de mis primeros 2 años de viaje nómada por distintas regiones de Colombia. Desde Semana Santa pasada no he vuelto a tomar fotos de las habitaciones y las salas en donde duermo. La emoción de hacerlo, después de hacerlo tanto, empieza a agotarse. A transformarse. Quizás la escritura de este texto la renueve. O la lleve a otro lado. El tiempo lo dirá.
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Qué espectáculo de colección de fotos. Como pa una exposición🙌🏻
Hermoso texto, hermosas fotos ♡ Qué buen álbum! Abrazo amigo viajero :)