En la universidad me enseñaron que uno aprendía de los libros y de los maestros. Y mucho mejor si esos libros estaban llenos de números y ecuaciones y esos maestros eran señores y señoras mayores con muchos diplomas colgados en sus oficinas y muchos artículos publicados en revistas internacionales.
La economía moderna se construye sobre teorías y modelos matemáticos y econométricos, no importa el tema del que traten. El imperio de los números ha llegado incluso a la historia de las ideas y de los hechos económicos, áreas que antaño estaban reservadas para la argumentación en prosa y fueron mi especialidad durante años.
Desde la primera vez disfruté la lectura de las obras originales de los autores que cambiaron la historia de la disciplina: Adam Smith, John Stuart Mill, Karl Marx, John Maynard Keynes, Joseph Schumpeter. Y, entre los pesos pesados, siempre me han atraídos más los “zorros” que los “erizos”, es decir, aquellos pensadores generalistas que coquetean con distintas disciplinas sobre aquellos especialistas de prosa seca.
No debería sorprenderles entonces si les digo que hice parte de ese inmenso grupo de personas que se sintió incómoda con sus estudios profesionales. Mi relación con la economía fue agridulce mientras la estudié. Desde tercer o cuarto semestre me acompañó la duda acerca de si estaba en el lugar correcto o si quizás era un sociólogo encubierto inscrito en la carrera equivocada. Intuía que los métodos cualitativos me iban a atraer más que los cuantitativos. Y no me equivocaba del todo.
La oportunidad de explorar otras formas de conocimiento me llegó con una invitación a trabajar en un proyecto de investigaciones cualitativas de estudios de caso en responsabilidad social y sostenibilidad. Allí tuve la oportunidad de realizar —por primera vez en un ámbito académico— entrevistas, observaciones en campo y viajes a terreno. Y todavía más importante, pude comprobar la veracidad de un secreto a voces que la economía y otras disciplinas “serias” se negaban a escuchar: el conocimiento está en todas partes y en todas las personas, incluso si están en la calle y no tienen estudios formales. Además, podemos aprehenderlo por vías complementarias a la lectura de libros y la asistencia a clase.
Esta “revolución” personal del pensamiento me llegó justo antes de empezar a viajar. Y los viajes no solo confirmaron lo que recién había descubierto, sino que agregaron algo más: uno aprende a través de la experimentación en carne propia. Porque los viajes son placer y desconexión y tiempo para uno mismo, pero también son una fuente increíble de conocimiento interno y del mundo. El viaje es uno de mis maestros más queridos en áreas como la geografía, la fotografía y la biología (y quizás el maestro que más me ha marcado en el área más importante de todas: el arte de vivir).
Como suele suceder en la vida, aprendí a valorar la economía cuando pude verla con distancia y sacar provecho de las herramientas que me dio. Con el tiempo, más que reclamos, le tengo agradecimiento. La economía me regaló un pensamiento estructurado y fundamentos en varias disciplinas, incluidas las ya nombradas —matemáticas, estadísticas, historia— y otras con las que ha entablado diálogos súper interesantes —ciencia política, psicología, biología—. Hoy en día, aunque he renunciado —¿temporalmente?— a la economía, me siento muy orgulloso de haberla estudiado.
¿Y esto de qué va?
El mensaje de hoy está inspirado en tres hechos concretos: 1) la charla a la que asistí en el Hay Festival de Cartagena en la que Andrea Wulf y William Ospina hablaron de la figura inabarcable y fascinante de Alexander von Humboldt. Sobre él, quizás el viajero y científico por quien siento mayor admiración, les hablaré más adelante (estoy preparando algo muuuuy chévere), 2) En una cena casual en Cartagena la misma noche que escuché a Andrea y a William conocí a una chica que está haciendo un doctorado en historia económica y quien hace parte del círculo de profes del que yo fui parte hace años, y 3) me reencontré con la biblioteca de economista que mi mamá me guarda en su casa y no pude evitar hojear algunos de los libros. Este año lo empecé con nostalgia de mi pasado profesional…
¿Y los collages de quién son?
Los collages son de Malinalli García, una creativa a quien conocí el año pasado gracias a la Comunidad de Oyentes. Si quieres conocer más de su arte gráfico, lee la entrada más reciente de la newsletter de Peces fuera del agua, El cardumen, en la que ella habla de su proceso creativo y de cómo llegó a contribuir al libro-objeto Saltos al vacío. Aquí te dejo el mensaje:
¿En que ando?
Ahora que volví a la quietud de Bogotá, he retomado el consumo cultural que el movimiento intenso suele dejar sin tiempo (cuando uno está de viaje debe decidir si se queda leyendo en el hotel un viernes en la noche o si más bien disfruta de la noche). Aquí van tres productos culturales que me han gustado un montón:
Libro: La personalidad de los pelícanos, de Teresita Goyeneche Perezbardi. Una autobiografía parcial que dialoga con las dinámicas elitistas y excluyentes de la ciudad más turística de Colombia: Cartagena de Indias.
Película: Poor things, de Yorgos Lanthimos con las tremendas actuaciones de Emma Stone, Mark Ruffalo y Willem Dafoe. Una reinterpretación de Frankenstein en clave sexo-feminista. La peli complementa el debate abierto por Barbie.
Podcast: El misterio de La Moraleja, de Eva Lamarca (Spotify Studios). Una periodista se empeña en desenmascarar a la única persona que en La Moraleja, el barrio más opulento de España, votó por el partido de extremaizquierda Podemos. Eva hace una obra maestra de la intriga y la política, a partir de un hecho que parece anecdótico y sin profundidad. El podcast me recordó la divertida serie de Star+ Only Murders in the Building (también súper recomendada).
Sé parte del viaje literario y físico a la Amazonia que haremos con la librería Casa Tomada
El sábado 2 de marzo, inicia el taller online de literatura y viajes que dicto en Casa Tomada. Con motivo del centenario de la publicación de La vorágine, de José Eustasio Rivera, una de las grandes obras de la literatura colombiana, haremos una relectura de la novela y la complementaremos con la lectura de cuatro libros sobre la selva amazónica, que incluyen —obvio— uno sobre Humboldt (quien confirmó en carne propia que el río Orinoco se conectaba con el río Amazonas) y otro recién lanzado que está dando mucho de qué hablar: La Amazonia. Viaje al centro del mundo, de la documentalista brasileña Eliane Brum. Nos veremos online el primer sábado de cada mes a las 11:00 a.m. COL. Costo por sesión: $60.000 (o 15 USD). El viaje se paga aparte y sus fechas serán definidas más adelante. Conoce más aquí.
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Amigo me encanta esa forma tan sincera que tienes de escribir. Y resalto que uno va a la universidad a aprender de todo un poquito pero luego en las calles es que completa su formación. Y los collages de Mali están espectaculares.
A mí me preocupa un poco el efecto de lo que enseñan en muchas universidades, especialmente en carreras como economía. En la década de 1990, el profesor de economía Robert Frank se preguntó cómo ver a los humanos como fundamentalmente egoístas podría afectar a sus estudiantes. Les asignó una serie de tareas diseñadas para medir su generosidad y vio que Cuanto más tiempo habían estudiado economía, más egoístas se volvían. Frank concluyó: "Nos convertimos en lo que enseñamos". Una especie de efecto nocebo. También me sorprende en carreras como Nutrición o Medicina que se siga diciendo que la nutrición solo previene, no cura (ciertos profesores desactualizados), lo que a su vez transmite este mensaje a los alumnos. En fin, si algo tiene que enseñarnos la universidad es un espíritu crítico, no a dar por bueno lo que diga un profesor simplemente porque sea la autoridad. Double check everything! 🥰 M.